Música para tus oídos

La institucionalización del hip-hop

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Hablar de Kanye West es hablar de uno de los personajes más petulantes y omnipresentes de la cultura pop americana, y por extensión, de buena parte del mundo occidental. El rapero, nacido en Atlanta hace 37 años, lleva más de una década volcado en la laboriosa faena de consolidar su nombre dentro del entertainment norteamericano, y para ello se sirve a partes iguales de talento y presunción.

En sus inicios, Kanye se desempeñaba como productor. En Chicago, la ciudad donde nació el Kanye West artista, comenzó a producir para varios artistas underground y poco a poco fue recibiendo oportunidades de escalar peldaños en su camino hacia la cima. Así, en el año 2000 comenzó a producir para Jay-Z y su discográfica Roc-A-Fella Records. El rapero de Brooklyn le debe buena parte de sus éxitos a la habilidad y el talento de West, de ahí que tratara por todos los medios de impedir que su protegé dejara de lado la mesa de mezclas e iniciara una andadura como liricista. Pero no pudo evitar lo inevitable.

Kanye West tiene cinco discos en el mercado ( The College Dropout de 2004, Late Registration en 2005, Graduation en 2007, 808s & Heartbreak de 2008, My Beautiful Dark Twister Fantasy de 2010, y Yeezus, de 2013) y otro en pleno desarrollo. Durante su carrera ha mantenido un hilo argumental que ha evolucionado desde la voluptuosidad tan común en el hip hop del nuevo milenio hasta lo que podrían considerarse delirios de grandeza …  “Soy cultura. El rap es el nuevo rock and roll. Soy lo que antes eran las estrellas del rock. Y soy el más grande de todos. El número 1”.

El talento de Kanye West es algo que difícilmente se puede poner en tela de juicio. Al margen de gustos musicales y tradiciones puristas, se trata de un artista que abusa de la creatividad y no cesa en su contínua búsqueda de nuevos formatos y vehículos para transmitir su arte al gran público. Se trata sin duda del rapero más innovador del mercado, y eso es algo especialmente digno de valorar tomando en cuenta que las tendencias dentro del mundillo del hip hop suelen avanzar a trompicones, y los artistas que las exponen, en manada.

Pero habría que estar ciego para no reconocer que gran parte del éxito de Kanye en el mercado se debe a su habilidad para haberse sabido convertir en un icono, en una marca, en un producto. Tremendamente propenso a los titulares y los escándalos mediáticos, West sabe bien cómo conseguir repercusión extra para su trabajo “Soy el nuevo Warhol, el artista más influyente de nuestra generación. Soy Shakespeare en persona”  declaró hace unos años. A principios de año fue invitado por la Universidad de Oxford a dar una conferencia donde compartió con los alumnos de Bellas Artes que de haber cursado esos estudios “hubiese tenido como objetivo ser Picasso o incluso mejor que él”. Estas palabras causaron cierto revuelo por ser la enésima muestra de supuesta arrogancia del cantante, que poco después redondearía su declaración con “suena muy divertido para la gente que me compare con alguien así (Picasso). En esta vida no se nos permite ni siquiera pensar que podemos llegar a hacer algo como lo que él hizo. Esa mentalidad oprime a la humanidad”. Seamos justos; no le falta razón.

Kanye West posee esa excepcional confianza en uno mismo que hace retorcer a quien deambula por la vida con las manos metidas en los bolsillos. Todo lo que toca este enfant terrible se convierte en oro. Su descomunal egomanía va de la mano con su habilidad para dar con la tecla y revolucionar el sector con cada nuevo trabajo. Y su apuesta por convertirse en la comidilla diaria de los tertulianos de la prensa rosa americana también parece estarle reparando pingües beneficios. Su matrimonio con la mediática Kim Kardashian le situó como una figura pública para toda America, más allá del rap o la música, representando una magnífica estrategia de marketing.

¿Es Kanye West un genio, o tan sólo un gilipollas pretencioso ? Su abultadísima cuenta corriente puede señalar en una u otra dirección, en estos tiempos tan locos que corren donde el talento parece esconderse de un depredador mucho más grande llamado mediocridad … Pero su habilidad para reciclarse con cada nuevo proyecto y su plena consciencia respecto a la inevitabilidad del desarrollo y la evolución personal aplicado al ámbito artístico sólo dejan lugar a una decisión. Este rapero enamorado de si mismo hasta las trancas y autoproclamado defensor y activista en favor del papel del hombre negro en la sociedad norteamericana mediante sus letras le ha echado un pulso a la industria y lo va ganando con holgura. En los últimos años, su megalomanía le ha llevado a divagar mucho en la idea de que es un rey, un lider, un dios. Con canciones como Power o I am a God obligó a la prensa a interrogarle acerca de estas muestras de modestia, y su respuesta, una vez más, estuvo cargada de significado, fruto de un proceso de racionalización que una vez más acaba por representar un desafío para quien quiera recoger el guante ; “Muchos pensarán que quién me creo que soy, pues ya lo habéis oído. Soy un dios. Os hubiese gustado escuchar que soy un negrata o un gánster, ¿verdad?”. Kanye acusaba frontalmente a todos los que, apoyándose en el ‘si no puedes vencerles, únete a ellos’, habían explotado y expoliado al hip-hop y a los artistas del género casi como un fenómeno de circo. Pese a que los raperos copan las listas de éxitos y acumulan legiones de fans, el género en si parece no ser más que un cliché de la comunidad afroamericana que queda continuamente retratado en los medios. Es como si sencillamente la sociedad fuera incapaz de tomar en serio al hip-hop, como si el hecho de ser una expresión artística para un colectivo tan grande surgida en un periodo de opresión y rechazo no fuera suficiente para considerar al rap como un movimiento cultural, como si las raices del género y su posterior decadencia ideológica no fueran resultado directo del esfuerzo por sobreponerse a un prejuicio externamente impuesto. El espíritu del hip-hop se conserva vivo gracias al esfuerzo de multitud de grupos de la escena más alternativa o underground en muchos países, pero Kanye West es de las pocas personas que ha podido convencer al gran público de que un rapero también puede ser socialmente considerado un artista. Especialmente teniendo en cuenta que buena parte de los raperos que alcanzan el éxito se lo deben más a factores de atrezzo, y buena parte de los artistas que apuestan por un hip-hop significativo y consciente están enterrados en el subsuelo y más que encontrar seguidores, son encontrados por el oyente devoto y especializado.

Los puristas del rap, sin embargo, podrían argumentar varios motivos para justificar su antipatía hacia la figura de Kanye. Sus letras y su estilo lírico, más experimental y menos rígido que el arquetipo, puede resultar frívolo, blando o demasiado influenciado por corrientes más pop. Su obsesión por si mismo y por posicionarse en primera línea, y su incursión en otros negocios, como la moda o la publicidad, también pesan en su contra. Pero a él se la suda todo ese debate. Impulsado por la necesidad de reconocimiento, y quizá por la de acabar por limpiarse el culo con billetes de 500, Kanye es un visionario que sabe muy bien dónde se mete y dónde invierte. Más de 88 millones de copias vendidas entre todos sus trabajos son prueba de su buena puntería, así como sus 22 premios Grammy (supongamos que tienen algún valor … ) y su incursión en la lista de las 100 personas más influyentes del planeta elaborada este año por la revista Time.

“Hoy la música es un Titanic que se estrella contra el iceberg de Internet. Los músicos nos tenemos que posicionar como celebridades para poder ganar dinero. Se nos permite expresarnos, pero como te pases puedes acabar chocando contra un muro y te pueden quitar de en medio. Pero si tienes dinero nadie puede despedirte”. Esta declaración de intenciones aclara cuál es la visión de Kanye del negocio y el por qué de sus movimientos profesionales. Su vehemencia y su precisión le han hecho creerse en posesión de la verdad dentro de la industria musical, y ya son dos las ocasiones en que en plena ceremonia de entrega de premios (los MTV Video Music Awards de 2009 y los Grammy de este año) ha dejado patente su desacuerdo con la elección de los premiados. En 2009 fue Taylor Swift, ganadora del premio a mejor videoclip del año, la que sufrió la interrupción de un achispado West reclamando que la legítima ganadora era Beyoncé y su Single Ladies. Fue blanco de muchísimas críticas, y el se defendió considerándose a si mismo “un soldado de la cultura que lucha por las injusticias en el mundo el arte”.  Y este año, mitad en serio mitad en coña, amagó con volver a repetir la escena subiendo al escenario cuando Beck y su Morning Phase fue premiado como mejor álbum del año superando nuevamente a Queen B. Entonces se contuvo y no estropeó el momento al cantante, pero después, ante los micrófonos de la prensa, declaró que el premio debió haber sido para la esposa de su buen amigo Jay-Z y exigió que el californiano le entregara a ésta el Grammy «por respeto al arte. Beck tiene que respetar el arte y entregar su premio a Beyoncé. Si quieren que los grandes artistas regresemos a los Grammy tienen que dejar de jugar con nosotros. Estamos cansados”». Es evidente que Kanye se considera a si mismo el gurú de la industria y, en última instancia, el artista elemental de su generación.

Kanye confiesa que siempre luchará  “a favor de la creatividad”. Desde luego no parece ser la motivación intrínseca que mueve las acciones del rapero prototípico, al margen de lo pedante que pueda sonar su objetivo. Y es esta voluntad por ejercer influencia en cuanta mayor sea la medida mejor lo que le convierte en un elemento incategorizable. El trabajo de Kanye West sirve de base para nuevos artistas emergentes en el género de tendencia más experimental como Tyler, The Creator o Dope D.O.D, y puede representar una evolución crucial y completa para el hip-hop. Además, simboliza el ascenso del hombre afroamericano dentro de la sociedad americana y su afianzamiento dentro del mundo de los negocios yankee. Pero por encima de todas las cosas, Kanye significa la primera figura global que ha tenido la cultura hip-hop desde la marcha de 2pac en cuanto al equilibrio entre su talento artístico, su posicionamiento como figura mediática, de relevancia y referencia, su actividad pro-social y su desmesurado egocentrismo. Una figura que bien podría representar el espíritu humanista del renacentismo en un estilo musical muy castigado por la ausencia de significado en la mayoría de sus exponentes. En definitiva, el hombre que ha superado la amenaza y el prejuicio de homogeneidad con que cuenta el rap para transportar a todo el movimiento a un nivel de profesionalidad hasta entonces desconocido. Por estos motivos su influencia y vigencia en la industria parece garantizada de por vida, y con ello, la genialidad y la creatividad en la escena. Como diría Biggie Smalls, You never thought that hip-hop would take it this far.

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