Espíritu deportivo

Todos contra uno, y uno contra todos

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Debe ser complicado pelear día a día contra tu historia.Y más complicado y doloroso aún debe ser mantener una lucha continua contra la leyenda … Se supone que el esfuerzo de todo ser humano debería ser una lucha consciente por la auto-superación, la mejora constante, el desarrollo coherente, el progreso personal. El mundo del deporte representa una metáfora perfecta de esta lucha, la disciplina y la voluntad de superación se instalan perennemente en tu rutina. Si no, te adelantan por la derecha. Y es que, si quieres aspirar a marcar realmente la diferencia en tu campo, debes ser capaz de mirar a los ojos a la excelencia y desafiarla. Por todo esto y por mucho más, debe ser complicado ser LeBron James.

Para un jugador que levantó su cuarto trofeo MVP de la temporada antes de cumplir los 30 años, todos los elogios se quedan cortos. Baloncestísticamente hablando, no hay nadie superior a él en las ligas profesionales. Por extensión, podemos valorar que estamos ante el mejor jugador de basket del planeta (aunque ya sabemos que las calles guardan auténticos tesoros escondidos, pero eso lo trataremos en otro capítulo). Por su combinación única de condiciones físicas y habilidades técnicas, no puede comparársele a ningún otro jugador: es alto, fuerte, rápido y ágil, salta mucho y corre mucho y muy rápido. Esto se traduce en capacidad reboteadora, intimidatoria y taponadora, además de en muchos robos de balon y participación central en contra-ataques y transiciones defensivas. Puede defender al mejor atacante rival, y a buen seguro se las tendrá que ver con el mejor defensor del equipo oponente, con quien, a pesar de todo, suele salir bien parado. Además, penetra la zona con una autoridad desconocida hasta su llegada, tiene una gran visión de juego, y cada año ofrece mejores porcentajes de tiro desde el perímetro. (Casi) puede jugar en las cinco posicionesSus números son espeluznantes, y seguirán creciendo. Además de todo esto, estamos hablando de un auténtico general dentro y fuera de la cancha.

Esta superioridad en fundamentos debe traducirse, y efectivamente se traduce, en liderazgo. LeBron llegó a la NBA con 18 añitos y la etiqueta de The Chosen One. Hay que decir que él nunca rehuyó de este asfixiante apodo, empezando por vestir el número 23 de su ídolo y referente cuando aterrizó en los Cavaliers, el equipo de su estado natal, Ohio, al que dió el salto directamente desde el high school. Concretamente, pasó cuatro años en el ya célebre (gracias a LeBron, claro) instituto St. Vincent – St. Mary, del que se marchó dejando como prueba 2.657 puntos, 892 rebotes y 523 asistencias. Desde sus primeros años en la liga, se le exigió parecerse a Jordan. El mismo Jordan que tardó hasta 7 largas temporadas en alcanzar sus primeras finales NBA. LeBron tardó apenas 4 en poner a los Cavs en las primeras finales de su historia, en la temporada 2006-07. Entonces perdió con los San Antonio Spurs que han dominado la última década, con Duncan, Parker y Ginobili en pleno apogeo. Pero James había dejado un mensaje. Con 22 años, y sólo 3 de experiencia NBA, promedió 25 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias durante los play-offs para llevar en volandas a los Cavs hasta la ronda final. Una proeza. Para muestra un botón, los 48 puntos que le metió a los Pistons en el quinto partido de las finales de conferencia, incluyendo los últimos 25 de su equipo en la segunda prórroga.

En los años sucesivos, Cleveland armaría equipos prometedores e interesantes, acumulando jugadores como Shaquille O’Neal, Anthony Parker, Antawn Jamison, Mo Williams o Larry Hughes, pero a pesar de ello, los Cavs caerían un año tras otro en los playoffs. La frustración alcanzó su climax y se hizo patente en la temporada 08-09, donde Cleveland fue eliminado por los Orlando Magic de Dwight Howard en finales de conferencia. Al final del último partido, y certificada la eliminación, James abandonó la cancha sin felicitar a los rivales como dicta el protocolo. Le llovieron críticas, pero se entendió que no fue más que una expresión del gen competitivo que, en teoria, debía llevar a LeBron al olimpo de la NBA.

Así que en el 2010, maletitas y rumbo a la costa de Florida, al pito de America, directo a Miami Beach. Tras declararse agente libre, se generó un auténtico ciclón de rumores e informaciones vinculándole a casi todos los equipos de la liga. Tal fue el nivel de histeria, que el día en que LeBron confirmaba su nuevo destino, la ESPN organizó un especial llamado The Decision. Ahí, en primicia, LeBron anunciaba que se marchaba a los Heat. Ahí si que le llovieron las críticas. Un jodido diluvio de críticas. James se trasladaba a Miami a compartir vestuario con otros dos All Star de primer nivel, Dwayne Wade, jugador franquicia de los Heat y que ya contaba con un anillo de campeón, y Chris Bosh, cansado de la inoperancia de los directivos de los Raptors. Tres All Star que venían de la misma camada, el draft del 2003, considerada una de las más, si no la más, talentosa promoción de jugadores de la historia de la liga. Todos rebajaron sus salarios en pos del bien común, esto es, el equipo y la elaboración de un grupo campeón. Pero esto no bastaría para acallar las voces. La sombra de Jordan es demasiado alargada, y LeBron ya debía saberlo cuando tomó su decisión. La decisión de rodearse de otras estrellas para ganar títulos se consideró poco menos que escurrir el bulto. LeBron debía ganarlos sólo. Sólo asi demostraría su valía. Vaya reverenda estupidez. Es como si sus detractores pretendieran que LeBron jugase durante 18 temporadas en un equipo ramplón sólo para justificar que sus escandalosas estadísticas no servían de argumento para compararle con Mike. Michael también tenía a un escudero de lujo a su lado, un Scottie Pippen universalmente reconocido como uno de los mejores 50 jugadores de la historia. Así que LeBron ahora tenía a su Dwayne Wade. El juego podía empezar.

4 años en Miami, 4 finales. 2 victorias, 2 derrotas. El primer año, perdieron contra los Mavs de Nowitzki, Kidd, Chandler y Jet Terry. Segundo año, victoria contra los Thunder de Durant, Westbrook y Harden. Tercer año, victoria contra los Spurs. En el cuarto y último año, SA se tomaría su revancha. En el transcurso de estos cuatro años, mientras que LeBron crecía año a año en alcance y repercusión en el juego, el peso de Wade y Bosh decaía, así como el papel de un Ray Allen brillante, como siempre, aunque muy limitado por la edad. LeBron decidió que era momento de salir de aquella especie de retiro dorado. Los Heat ya no le darían más anillos. Era hora de volver a casa.

Porque así se vendió la vuelta de LeBron a Cleveland. Como la del hijo pródigo que, después de hacer fortuna lejos del hogar, vuelve a casa cargado de riquezas y conocimientos. Más o menos así fue. Tampoco es que el bueno de LeBron tuviera muchas más opciones. Después del vapuleo mediático que sufrió tras marcharse de los Cavs, que pudo controlar en cierta manera gracias a los títulos conseguidos, tan sólo le quedaban dos opciones si no quería volver a ser ultrajado por la prensa deportiva, sensacionalista como ninguna: seguir toda su carrera en Miami, o volver a casa. Un tercer equipo habría sido poco menos que denigrante para un jugador obligado a levantar dinastias allá donde va. LeBron se fue frustrado de la mediocridad del pequeño mercado que representa el estado de Ohio, y volvió convertido en un ganador indiscutible, un lider dentro y fuera de la cancha, con el suficiente poder como para completar la misión que dejó a medias en su primera etapa. Volvía en plena madurez, con cuatro MVP’s y 2 anillos bajo el brazo, además de unos registros únicos, y lo hacía a un equipo joven y sobrado de talento, pero escaso de mentalidad ganadora y de orden. Eso es lo que aportaría King James al grupo: guía y referencia. Se juntaba con Kyrie Irving, uno de los jugadores más talentosos de la competición, y con un futuro espectacular atendiendo a los números que ofrece con apenas 22 años. También llegó otro All Star, Kevin Love, y jugadores de cohorte; Shawn Marion, Mike Miller, JR Smith, Iman Shumpert o Mathew Dellavedova, que se unían al joven y prometedor Tristan Thompson o al veterano y amigo Anderson Varejao.Tras un comienzo extraño, el equipo se asentó, LeBron se asentó, y directos a las finales. Si señor, a las finales. En los últimos cinco años, es una ley que el equipo de LeBron James va a las finales. Esto es una afirmación probabilística en toda regla, y no hay margen para el error. Así de grande es su dominio.

Pero perdió. Cleveland perdió. Golden State levantó su primer título en una generación, con un equipazo de órdago y una estrella de época como Steph Curry. Pero Cleveland perdió. Y sobre todo, LeBron James perdió. Eso fue lo que todo el mundo se apresuró a decir, porque eso era lo que casi todo el mundo quería ver. Existe en el entorno NBA una especie de recelo, cierto grado de antipatía, una pizquita de odio, hacia la figura de LeBron James. Y puede entenderse atendiendo al bombardeo mediático que la liga ha orquestado con el jugador como imagen desde antes incluso de haber puesto un pie en una cancha NBA. Pero eso no es culpa de LeBron; no es problema suyo el estar encajado en una maquinaria publicitaria global. Obviamente disfruta de los dividendos que esto ofrece y del consiguiente nivel de vida. Pero a fin de cuentas, LeBron es jugador de baloncesto. Por eso entrena todo el verano, por eso cada año es mejor, y por eso abandonó las lujosas costas de Miami para volver al casi rural Ohio. Donde esta Akron, su hogar, en donde siempre le han apoyado. El punto es que no hay justificación para odiar a LeBron salvo el estar incrustado en el repelente engranaje comercial en que se ha convertido el deporte profesional. Tontunas a un lado, si te gusta el baloncesto, te tiene que gustar LeBron James.

Así pues, hoy día nos encontramos con un LeBron de 30 años, 11 temporadas a sus espaldas, 6 finales, y 2 anillos. Traducción: cuatro finales perdidas. Jordan nunca perdió una final; siempre que se presentó en las eliminatorias por el título, lo hizo para ganarlas. Las seis. Si LeBron hubiera seguido los pasos de su modelo y hubiera conquistado el título en las seis oportunidades que ha tenido, ya lucirían el mismo número de titulos en el palmarés ¿Es este dato significativo o anecdótico? El tiempo lo dirá. Lo que parece claro es que, si las lesiones le respetan, hay LeBron James para rato, lo que es sinónimo de equipo-de-lebron-en-las-finales para rato. Sus números de escándalo no le hacen ganar la pelea con Jordan, pero si su actitud. Una actitud ganadora y firme ante las críticas. Parece increible que James haya sido capaz de soportar tanta presión, desde tan joven, y durante tantos años. Pero lo ha hecho, y ha arrasado con rivales, estadísticas y premios por el camino. Como todo hombre con la ambición, el talento y la osadía necesaria para convertirse en aspirante a conquistarlo todo, LeBron siempre estará sólo, diferenciado de los demás, y siempre estará en conflicto. Es su sino. El sino de ser, no ya el nuevo Jordan, el sino de ser el LeBron original.

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