Barrio de las letras

Let’s Read About It: Tirano Banderas, de Ramón del Valle-Inclán

Toda revolución es una obra de arte. Todo revolucionario es un artista. Las revoluciones destruyen el orden constituido pero, como toda obra de arte, no son capaces de construir nada nuevo. No es su finalidad. Por eso son tan bonitas cuando se producen. Por eso son tan horrendas cuando intentan construir un orden nuevo. Lo primero es arte. Lo segundo, como mínimo, una barbaridad. Después del éxito de una revolución, los artistas deben volver a sus casas. El orden lo instauran los aburridos, los incapaces, los burócratas. El arte ejercido constantemente sobre la misma realidad produce monstruos. Convierte lo bello en grotesco. En un esperpento. 

La primera vez que conocí a Ramón del Valle-Inclán fue en el instituto cuando cursaba Bachillerato. En las clases de Lengua y Literatura nos hicieron leer Luces de Bohemia. Lo primero que pasó por mi mente fue lo aburrido que sería leer una obra de teatro. Como siempre, me equivocaba. Valle-Inclán agarró mi interés y lo retorció hasta dejarlo sin aire. Sus luces de bohemia y sus personajes irreales me hicieron comprender una cosa: el arte destruye. Porque esa obra, publicada por primera vez en la revista España en 1920, destruyó en pedazos todas mis concepciones vitales. Todo lo que pensaba sobre la patria, el patriotismo y España.  

Valle-Inclán es el creador del esperpento, que utiliza en sus obras para indicar la irrealidad de las cosas mundanas. Mediante el esperpento es capaz de reflejar con maestría las horrendas realidades que se viven constantemente y que nosotros, para no volvernos locos, escondemos en una especie de fantasía épica y grotesca que llamamos vida. Una vida que no es más que un relato que nos contamos para no morir. Para no descubrir que todo se encuentra deformado, que nosotros mismos estamos hechos de inseguridades, que somos figuras de barro y mierda. Que somos un esperpento desde que nacemos. Ese es nuestro orden. Esa es nuestra maldición. Esa, nuestra gloria. 

Este esperpento también se refleja en Tirano Banderas. Valle-Inclán escribió está novela en 1926 y con ella muestra las desgracias, maldiciones y glorias del Nuevo Mundo. De las Españas existentes al otro lado del océano. De las Españas que habían heredado el esperpento de la Madre Patria. Tan es así, que el tirano Don Santos Banderas, uno de los personajes principales de la novela, es fiel ejemplo de la irrealidad de la existencia humana. Un tirano, que apoyado por los Ministros de España, hace frente a las pequeñas chispas de creatividad revolucionaria que sufre su país. Una creatividad revolucionaria que también es esperpéntica. También se encuentra deformada, también sufre por la vida y los sueños surrealistas que se instalan en las cabezas de los hombres y los invocan para morir por el verdadero arte. Por la verdadera destrucción del tirano y del no tirano, de la existencia comprometida con el orden, de la vida que se vive constantemente y pesa y duele. De las lágrimas que caen por el espejo que nos refleja del revés, que nos cambia de postura y forma sin preguntarnos siquiera. 

Valle-Inclán creó el esperpento para describir España. Y, en mi opinión, lo consiguió. El esperpento es España: una idea deforme llena de maldiciones y glorias. Una idea bella y horrenda al mismo tiempo. Una España que al levantarte por la mañana gritas su nombre y le declaras tu amor. Y al llegar la noche, mientras bebes su sangre, la insultas y le presentas tu odio. Valle-Inclán descubrió el alma de España. Descubrió a los que la aman sin odiarla y a los que la odian sin amarla ni un poco. Puros botarates e ignorantes. Descubrió a los patriotas que aman y odian a su patria al mismo tiempo. Ese es el verdadero esperpento. Y ese es el canto que expresa en cada uno de sus escritos. Esa sensación de desdicha, de casa sin amueblar, de rabia, de alegría, de victorias y derrotas.  

Que España es un esperpento no me lo explicaron en Bachiller cuando me obligaron a leer Luces de Bohemia. Quizá porque no se puede explicar. Uno lo descubre viviendo. Y, si no recuerdas la creación de Valle-Inclán, se te queda un nudo en la garganta al no saber cómo expresar lo que sientes por el país. Porque lo amas, pero lo odias, pero te gusta su gente, pero también la odias, amas sus playas y montañas, pero también las odias. Y así, amando y odiando sucesivamente. Cuando a uno le preguntan qué siente por su país no le apetece contestar enumerando todas las cosas que ama y odia del mismo, tampoco puede contestar con un ¡meh!, eso sería poco patriótico. Por eso Valle-Inclán acertó. ¿Qué es España? Un esperpento. ¿Qué sientes por España? Esperpenticidad. ¿Qué es ser español? Algo esperpéntico. Y con eso bastaría. Ya podemos tirar nuestras banderas para crear otras que no parezcan banderas. Podríamos hacer que el símbolo nacional fuese un espejo. Eso nos convertiría en la mejor nación del mundo. Porque al mirar los símbolos de nuestra patria nos veríamos a nosotros mismos. Humanos y débiles. Bellos y horrendos. Un esperpento. 

Texto de Andrei Cristian Medeleanu – Let’s Read About It. @lets.readaboutit

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