Con voz propia PsicoLógica

Roma no se destruyó en un día

¿Cuántas veces ha escuchado esa expresión que defiende que Roma, la civita eterna, no fue construida en un día ? Muchas, sin duda. Es una frase hecha que ha calado hondo en nuestra manera de concebir la vida y sus fenómenos. Hoy vamos a intentar deconstruirla un poco para encontrar un significado un tanto más profundo.

Y es que la intención de esta frase es evidente. Es un enunciado auto explicativo. Cuando alguien te dice que ‘Roma no se construyó en un día’, el mensaje que pretende convidar es ‘Tranquilo, no desesperes. Sigue esforzándote. Sigue intentándolo. Todo lo que merece la pena requiere tiempo y esfuerzo, además de paciencia. Incluso una de las civilizaciones más importantes e influyentes de la historia conocida necesitó siglos para alcanzar una posición de relevancia en el mundo y la historia’.

La intención es transmitir un mensaje de apoyo. Dar ánimos a alguien que se encuentra enfrascado en la batalla por conseguir un objetivo. Mostrar nuestra empatía y nuestra comprensión. Nuestra familiaridad con el duro proceso que está atravesando. Queremos transmitir que reconocemos y apreciamos sus esfuerzos, y nuestra confianza en que, a largo plazo, al final del camino, estos esfuerzos darán resultado. La persona acabará por conseguir su objetivo. Pero para ello debe ser paciente. Roma, indeed, no se construyó en un día. Así que tú no deberías esperar resultados rápidos. Las cosas importantes requieren tiempo.

Pero hay algo de lo que no se habla tanto. Podemos seleccionar esta máxima, bien asentada como pieza fundamental del denso refranero español, y ampliarla un poco más. Roma no alcanzó su gloria y esplendor de la noche a la mañana. Roma no se erigió como la capital de un vasto imperio, uno de los más grandes de la historia conocida, de un día para otro. No se convirtió en la capital del mundo por arte de magia. Roma no se construyó en un día, eso lo sabemos. Pero es que Roma tampoco se destruyó en un día.

De la misma forma que la civilización romana necesitó de siglos para transformarse a si misma, también su declive tuvo lugar a lo largo de un amplio lapso temporal. La caída de Roma no fue provocada por un suceso aislado ni espoleada por eventos que se precipitaron uno encima de otro en poco tiempo. El fin del imperio no es fruto de la casualidad, el accidente o el error puntual. El ocaso de la civilización romana, tal y como su auge, se debe estudiar con base en un complejo continuo, y no como una catastrófica ocurrencia singular.

Y no, este no es un post histórico que pretende sentarse a dirimir y categorizar cuáles son las causas principales que acabaron con los romanos en el arroyo. El motivo de este artículo no es debatir acerca de las influencias culturales o religiosas que dinamitaron el Imperio romano desde dentro. Tampoco deleitarnos en los eventos militares y en las embestidas de los enemigos que se amontaban más allá de sus fronteras y que dinamitaron el Imperio desde fuera. La razón de esta pieza es otra.

Cada vez que nos han soltado el cuento de que Roma no se construyó en un día, también deberían habernos advertido de que tampoco fue destruida en un día. Cada vez que nos aconsejan paciencia y confianza, nos deberían haber hablado de responsabilidad y prudencia.

Puedes pasarte una vida luchando por tus objetivos. Y puede que los alcances. Si eres capaz de delimitar bien lo que quieres, y aplicar la mentalidad y el método apropiado, el mundo es tuyo. Pero la guerra no acaba cuando ganas. La guerra no acaba nunca. Y tus objetivos no se ven cumplidos sólo por ser alcanzados, sino que deben ser cuidados, protegidos y mantenidos. No sólo alcanzar la paz, sino mantenerla. Ese, amigo mío, es el auténtico trabajo.

Ya sabes que todo lo que merece la pena lleva tiempo y requiere esfuerzo. Ya te lo han dicho. Todo lo bueno se hace esperar. Pero, de igual forma, cuando perdemos algo, rara vez lo perdemos de la noche a la mañana.

Relaciones de calidad. Una buena forma física. Nuestra capacidad creativa. El coche. Nuestra salud mental, y también la física. Nuestros ahorros y nuestro poder adquisitivo. Nuestro código moral y ético, y un largo etcétera más. Cuando perdemos estas y otras muchas cosas, rara vez las perdemos de golpe. Normalmente, esta pérdida viene anunciada y patrocinada a través de una degeneración progresiva de su valor en nuestra vida.

Cuando no valoramos algo, cuando no cuidamos algo, acabamos por perderlo. Pero, en la mayoría de casos, no de forma súbita. No de repente. La relación entre causa y consecuencia no es siempre clara y evidente, porque no siempre es inmediata. Por eso para algunos es tan difícil sacar conclusiones y entender las causas reales que han desembocado en el fin de nuestra relación de pareja, en nuestro coche quedándose parado en mitad de la autopista, o en nuestro cuadro de ansiedad generalizada.

Cuidar lo que tienes es un trabajo diario que empieza desde la gratitud. Al igual que el aseo personal o la higiene en el hogar, el mantenimiento de las cosas que dan valor a tu vida es una tarea constante y eterna. Y de la misma forma que en los ejemplos del aseo o la higiene, las consecuencias de ser negligentes pueden tardar un tiempo en manifestarse, pero eso no quiere decir que el proceso de pérdida no esté ya en marcha.

Muchas veces las relaciones de pareja acaban mucho antes de que las personas involucradas así lo decidan. Muchas veces el final les pilla por sorpresa. Pero en casi todos los casos podemos echar la vista atrás y entender que el tsunami que ha acabado con nuestra estabilidad se inició con unos tímidos chapoteos hace mucho, mucho tiempo.

Roma no se construyó en un día. Pero Roma no se destruyó en un día. Una manera más integradora de entender el mensaje original. Un aviso, una advertencia, un consejo. Un manifiesto. Individual, y luego colectivo. El legado de una civilización que sentó las bases del mundo occidental. Una herencia cultural, política, social, tecnológica y artística sin parangón.

Pero también una moraleja. Una paradoja. Una enseñanza. La fábula de la civilización más grande de nuestra historia. De la nada al cielo, del cielo al infierno, y del infierno de vuelta a la nada. De dos bebés abandonados a su suerte en un río y rescatados por una loba, al Imperio Bizantino en Constantinopla. Vida y muerte encerrados de manera eterna en un pueblo. Encapsulados en una civilización que nació, se desarrolló y murió a ojos de toda la humanidad. Y un mensaje universal. Así que tú, esclavo, patricio, legionario, senador, poeta o gladiador. Abre los ojos y presta atención. La guerra empieza cuando la ganas.

Texto de Tarek Morales

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