Espíritu deportivo

Jordan y Pippen: el divorcio que nadie vio venir

Para los amantes del baloncesto, hablar de Michael Jordan es hablar de Scottie Pippen. Es imposible entender el legado del mejor jugador de la historia sin pararnos a repasar la figura de su fiel escudero. El impacto de uno no se puede comprender sin analizar al otro. En el micro universo del deporte de la canasta, sus nombres están unidos para siempre.

Pero la cosa va más allá. Hablar de Jordan y Pippen es más que hablar de baloncesto. Es más que hablar de deporte. Jordan y Pippen representan un puzle de dos piezas que encaja a la perfección. Una maquinaria de dos motores que funciona en total armonía. Un contraste entre opuestos que se unen en relación simbiótica.

Jordan y Pippen se unieron para dominar la NBA y el mundo del deporte. Pero también se unieron para dejarnos en herencia la imagen del equipo perfecto. El combo definitivo. La definición mecánica de compañerismo. Una fábula acerca de cómo dos elementos combinan sus características – ya de por sí excepcionales – para alcanzar un estado de excelencia sólo posible mediante la unión.

Pero todo esto ha cambiado. La relación entre ambos deportistas se ha manchado, y parece que es una de esas manchas que no son fáciles de erradicar. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo han podido echado por tierra esta bella metáfora acerca del compañerismo y el espíritu de equipo? ¿Y quién tiene la culpa? Vamos a ello.

El nacimiento de un mito

Michael Jordan llega a la liga en 1984. Número 3 del draft, Jordan aterriza en Chicago con galones de estrella universitaria, y con un talento nunca visto como aval principal. En sólo unos pocos partidos Jordan supera todas las expectativas. Para el final de su temporada rookie ya se ha establecido como una de las principales estrellas de la liga, y como el líder indiscutible de la franquicia de Illinois.

Air Jordan juega en el aire, y domina los partidos encestando a placer. Tras una segunda temporada plagada de lesiones, Jordan explota en su tercer año. Sus promedios son escalofriantes. 37 puntos por partido en 40 minutos de media. 82 partidos jugados, todos como titular. En apenas tres años, Jordan ya es el mejor jugador de la liga.

El 23 anota con facilidad ante cualquier defensa. Pero el baloncesto es un deporte de equipo. Jordan no puede convertir a los Bulls en un equipo campeón él solito. Chicago acabaría la temporada 86-87 con un récord de 40 victorias y 42 derrotas. Suficiente para reservar billete en los playoffs en la débil conferencia este, pero para nada más.

Y aquí entra Scottie Pippen. La noche del draft de 1987, los Bulls le adquieren desde los ahora extintos (de momento) Seattle Supersonics traspasando a Olden Polynice, su octava elección, a cambio del jugador proveniente de la Universidad de Central Arkansas.

Sobrado de talento, Pippen entrena y crece bajo la batuta de Jordan. Michael entiende que está ante un jugador con el que puede contar para cambiar el destino de la franquicia. Y el suyo propio.

Scottie estalla en su segunda temporada y se establece en la tercera. En esta, la temporada 89-90, Pippen presenta unos respetables promedios de 14 puntos y 6 rebotes en 33 minutos de juego, además de 2 robos de balón y un tapón por noche. Es aquí donde empezamos a apreciar lo que Pippen puede aportar a los Bulls.

Jordan es una apisonadora ofensiva que, además, es capaz de secar a sus rivales en la parte defensiva. Todo lo que necesita es un escudero capaz de hacerle sombra en ambos lados de la cancha. Y eso es lo que Scottie Pippen supo hacer mejor que nadie durante diez temporadas.

Pippen es un jugador total. Capaz de anotar de diferentes maneras, puede cortar a canasta y postear con sus sólidos 2.03m de altura y 100 kg de peso, o puede encestar desde la media o larga distancia. Muy eficaz en transición, puede mover la bola y asistir con su gran visión de juego y excelente basketball IQ. En la faceta defensiva, Pippen es tan buen defensor en el uno contra uno como Jordan, si no mejor aún. Entiende y funciona de maravilla dentro de los complejos sistemas de Phil Jackson, y puede rebotear, taponar y robar la bola bloqueando líneas de pase.

Scottie Pippen es un jugador con madera de superestrella. No hay duda de que podría haber sido The Man en cualquier equipo que no tuviera a Jordan en nómina. En múltiples ocasiones a lo largo de los años, demostró ser una eficiente primera opción ofensiva. Su nivel de juego le valió para establecerse como All-Star (7 elecciones) y All-NBA (7 elecciones totales).

Pero, como ya sabemos, Pippen no surcaría la NBA como jugador franquicia y líder de proyecto. Cuando juegas al lado del mejor jugador de la historia, es imposible no ocupar un segundo plano. Por muy buenos que sean tus números, por mucho que la crítica, la afición y los colegas del gremio se harten a reverenciar tu papel dentro del éxito del equipo, no hay nada que hacer. Pippen es el número dos. Y todos pensábamos que no había problema con ello. Hasta hace muy poco.

La creación de un mito

Hasta aquí el brevísimo resumen de los primeros años de vida de la pareja que dio alcance mundial a la NBA. Toca ahora entender cómo se forjó la leyenda de la mejor dupla de la historia del deporte.

Estamos en 1990. Chicago Bulls se ha convertido en un candidato a ganar todo. Además de Jordan, que ya acumula un premio MVP (1988), un galardón al Mejor Defensor del año (también en 1988), cinco All-Star y tres All-NBA, y de Scottie Pippen, los Bulls cuentan con jugadores muy potables como Horace Grant, Bill Cartwright, Craig Hodges o John Paxson.

Su único obstáculo ahora son los Detroit Pistons. La franquicia de Michigan, liderada por Isiah Thomas, ha construido una reputación de Bad-Boys detrás de un estilo de juego físico y que, por momentos, parece bordear los límites del reglamento. Con baluartes defensivos como Joe Dumars, Dennis Rodman, Rick Mahorn o el siempre entrañable Bill Laimbeer, los Pistons conquistarían dos anillos de campeón consecutivos en las temporadas 1988-89 y 89-90.

Pero era el momento del cambio. Tras estamparse contra los Pistons en playoffs durante tres años seguidos, la temporada 90-91 es testigo del relevo. Jordan, Pippen, Phil Jackson y los Bulls se zafarían de una vez por todas de su bestia negra, y ya no volverían a mirar atrás.

1991 vs Magic Johnson y Los Angeles Lakers. 1992 vs Clyde Drexler y los Portland Trail-Blazers. 1993 vs Charles Barkley y los Phoenix Suns. Tres títulos en tres temporadas. Jordan supera lo conseguido por Magic y Larry Bird, y conquista su primer three-peat. Tres temporadas de dominación absoluta que ven encumbrarse (Dream Team en Barcelona 92 incluido) a la pareja de Chicago como los dueños de la NBA.

Todo esto se ve interrumpido por la repentina muerte en extrañas circunstancias de James Jordan, el padre del astro de los Bulls, en el verano de 1993. Sin necesidad de entrar en detalles sobre esta turbulenta historia, la trágica muerte de su padre empujaría a Michael a tomar un break de una temporada y media.

En un principio decide cumplir su sueño de la infancia. Y el de su padre. Jordan firma por los Birmingham Barons de las ligas menores de la MLB para perseguir una carrera en el baseball profesional. Pero este cambio de deporte no sería más que un pasatiempo. Apenas una temporada después de anunciar la primera de sus tres retiradas, Jordan comienza a frecuentar las instalaciones de los Bulls. Para la segunda mitad de su segundo año de baja, Air Jordan retorna a la franquicia que llevó a lo más alto.

Esto por lo que respecta al bueno de Mike. Si nos centramos en la experiencia de Scottie Pippen durante todo este proceso, lo cierto es que podemos apostar por que no echaba mucho de menos a su antiguo compañero de batalla.

Pippen es ahora el líder de una franquicia que sigue siendo candidata a todo. Y es que en la temporada 1993-94, Chicago repite el mismo récord (57-27) que en la temporada anterior, cuando Jordan aún lideraba a la plantilla hacia la conquista de su tercer anillo. Pippen eleva sus promedios (de 18 a 22 puntos) y hace soñar a la afición con la continuación del sueño que parecía hacerse añicos con la retirada de Jordan.

Sin embargo, Pippen y los Bulls se estampan en la postemporada. Los New York Knicks andaban creciendo a la sombra de unos Chicago Bulls que, con Jordan, no dejaban que nadie más comiera en el banquete. Ahora todo ha cambiado. Los físicos Knicks empujan a los Bulls a unas semifinales de conferencia difíciles y con muchos sobresaltos.

El momento clave de la serie llegaría con la jugada que, aún a día de hoy, sigue creando polémica. Últimos segundos del tercer partido. Estamos en Chicago. Los Bulls necesitan un triple sobre la bocina para ganar. Phil Jackson (queda pendiente una pieza dedicada única y exclusivamente para él, no es para menos) dibuja una jugada para Toni Kukoc, el rookie croata que ha llegado para, en teoría, ocupar gradualmente el puesto de estrella del equipo. Pippen, además de no estar asignado con el tiro decisivo, queda fuera de la jugada, ya que debe sacar de banda. Y el jugador, de temperamento calmado, tímido y retraído, estalla en el banquillo.

Scottie se niega a salir a la pista. El líder del equipo, All-NBA y pieza clave en los campeonatos conquistados en los tres años anteriores, abandona a sus compañeros en un momento clave. Para más inri, Kukoc acaba por anotar el tiro. Los Bulls ganarían ese partido. Pero perderían la serie. Algo se había roto en el vestuario, y nunca se llegaría a arreglar del todo.

Y para seguir con la trayectoria descendente, las cosas no pintan nada bien en la temporada regular 1994-95. Pippen continúa liderando el proyecto y presentando números All-Star, pero el equipo parece haber perdido una marcha. Con un récord de 31-31 en marzo, Jordan se ve «obligado» a volver. El ansia de gloria del jugador originario de Carolina del Norte no conoce límites. La idea de volver al deporte de la canasta y devolver a un equipo a la deriva a la cima era demasiado atractiva para dejarla pasar.

19 de marzo de 1995. Jordan se viste de nuevo de corto con el uniforme de los Bulls. Ahora con el 45 a la espalda (durante apenas unos meses), Air Jordan se reencuentra con Pippen y Phil Jackson con la intención de salvar la temporada.

Los Bulls consiguen alcanzar los playoffs, pero serían eliminados por los Orlando Magic de Shaquille O’Neal y Penny Hardaway. Motivación de sobra para un Jordan que utilizaría el verano para recuperar la forma física necesaria para el asalto al anillo.

1996 vs Gary Payton y los Seattle Supersonics. 1997 y 1998 vs Karl Malone, John Stockton y los Utah Jazz. Tres temporadas, tres títulos más. Jordan y Pippen (y Phil Jackson, Dennis Rodman, y unos cuantos más) conquistan su segundo three-peat y confirman lo que ya se sabía. Estamos ante el dúo más dominante en la historia del deporte por equipos.

Tras esto, el desmembramiento. Jordan se retira por segunda vez. Phil Jackson emigra a la soleada California para dirigir a los Lakers. Rodman vuelve a hacer de las suyas por ahí. Y Pippen firmaría por los Houston Rockets para formar un tridente que, de haberse juntado cinco o seis años antes, habría dominado la liga en mayor medida aún de lo que lo hicieron los Bulls. Pero la realidad es que Hakeem Olajuwon y, sobre todo, Charles Barkley apenas eran una sombra de ellos mismos.

Pippen no acumularía nada más que polémica en sus dos años en Houston. Sin embargo, aún es capaz de ofrecer un nivel de juego productivo, y, con su experiencia, tiene mucho que aportar a un roster con talento. Es por ello que vuelve a intentarlo en Portland durante otras tres temporadas. Y allí si que estaría cerca de rozar la gloria una vez más, de no ser por los Lakers de O’Neal, Kobe Bryant y su viejo amigo Phil.

Pippen volvería a los Bulls para retirarse en casa en 2004. Protagonizaría más tarde un amago de comeback al jugar un par de bolos muy bien pagados con dos equipos en Finlandia y Suecia. A su vez, Jordan volvería a la NBA en 2001 cuando cambia el despacho de general manager por la pista de entrenamiento en Washington. En dos respetables años con los Wizards, Jordan intentaría sin éxito hacer crecer a un joven equipo que no estaba preparado en lo más mínimo para cumplir con los exigentes estándares que la leyenda impondría durante estas temporadas.

Las consecuencias de un mito

Así, Jordan y Pippen se retirarían definitivamente del deporte que les convirtió en leyenda. Diez temporadas juntos que dieron para mucho.

Jordan se convertiría en un fenómeno global. En una marca, y no en una marca cualquiera. De la mano del patrocinio con Nike, Jordan se convierte en poco menos que en un sustantivo. En un concepto. Un icono de nuestra era que trasciende el deporte y se instaura como miembro ilustre de un modelo de sociedad.

Huelga decir que, además de acumular fama y respeto, Jordan se convertiría año tras año en asquerosamente rico. Tan rico que no hay siquiera una vara de medir con la que podamos calcular su capital. De la misma manera que no es posible alcanzar a comprender por completo el impacto cultural que este mago del baloncesto acabaría por generar como embajador de los Estados Unidos y el sistema capitalista y de consumo.

Pero no podemos decir lo mismo de Scottie Pippen. Pippen es recordado como uno de los mejores jugadores de la historia. Como pieza clave de los dos mejores equipos de baloncesto que hemos visto jamás, los Bulls de los 90 y el Dream Team. En última instancia, Pippen pasa a la historia como un deportista de éxito y dominante, que deja como herencia una metáfora acerca de las posibilidades del trabajo en equipo.

Una lección acerca de lo que puede ocurrir cuando grandes mentes, da igual el campo, trabajan al unísono. Cuando dos grandes mentes. Al margen de Phil Jackson, el señor de los anillos de la NBA (11 en total, 9 como entrenador y 2 como jugador de los Knicks). Al margen de Jerry Krause, el directivo detrás de la creación y el mantenimiento de las plantillas ganadoras, y al margen de cualquier otra figura de relevancia de esta historia.

Pippen y Jordan, Jordan y Pippen, están por encima. Y es que no se entiende la figura de Pippen sin la de Jordan. Pero no se puede repetir la fórmula cambiando el orden de los factores. Sí que se entiende la historia de Jordan sin la de Pippen.

Como ya hemos dicho, Jordan es un icono que trasciende su campo de excelencia e impregna con su influencia el imaginario popular. Y además lo hace de una manera total, y nunca antes vista. El estandarte de una nueva era en el fenómeno fan y el culto a la personalidad. Una admiración por un atleta olvidada desde los tiempos de la Antigua Grecia y sus vanguardistas Juegos Olímpicos.

Pero Pippen es sólo reconocible para los amantes del deporte del baloncesto. Quizá para algún espectador esporádico que se haya topado con él mientras examinaba el legado de ese tal Michael Jordan. Desde el primer día y hasta el día de hoy, Pippen ocupa el segundo lugar en esta lista de dos.

No importa que incluso el propio Jordan le haya atribuido los más altos honores cuando mencionó su nombre antes que ningún otro, y dentro de su primera frase, en su discurso de ingreso al Hall of Fame en 2009. No importa que todo el universo NBA entienda, empezando por el propio Mike, que sin él no habría Jordan, ni Bulls, ni títulos, ni hostias. Da igual. Son todo eufemismos para decir que Pippen siempre ha sido y seguirá siendo el número dos.

Y la gracia es que todos pensábamos que, por él, no había problema. Pippen siempre fue un jugador de apariencia sosegada y comedida. Sin embargo, si estudiamos con lupa su trayectoria, encontraremos que esta imagen es, cuanto menos, engañosa. No hay que confundir hablar poco con ser ingenuo, o con no tener carácter, o sentimientos y emociones.

Pippen, si bien reconocido por sus compañeros como un tío agradable y fácil de llevar (especialmente en contraste con el desmesuradamente competitivo e intrusivo Jordan), ha dado señales en repetidas ocasiones de ser poseedor de un rico mundo interior.

Por mencionar un par: el incidente con Phil Jackson en 1994, en el que acabaría por declarar que la decisión de su entrenador estaba motivada por prejuicios raciales (¿?), una declaración que mantiene incluso hoy en día. El incidente en el que insultó públicamente a Charles Barkley cuando ambos compartían vestuario en Houston, afirmando que había cometido un grave error al no escuchar los consejos de Jordan y firmar por los Rockets para jugar con «ese culo gordo». Y, sobre todo, los continuos choques con Jerry Krause durante toda su estancia en Chicago a cuenta de su contrato.

Pippen es el menor de once hermanos. De orígenes muy humildes en la Arkansas rural de los setenta y ochenta, Pippen creció con la motivación principal de asegurar el futuro de su familia a través del baloncesto. Por este motivo, firmó el primer contrato que parecía servir tal fin. En 1991 Pippen firmaría un contrato de 7 temporadas por valor de 18 millones de dólares.

Todo el mundo sabía que era un negocio horrible para Pippen. Pero el jugador argumenta su decisión en el hecho de que, de haber sufrido una lesión grave o algo similar, la seguridad y la estabilidad económica de su familia se irían por la borda. Este modesto contrato le permitía asegurar el futuro de su clan, pero acabaría por convertirse en el mayor error de su carrera.

En 1991 este contrato colocaba a Pippen en el top-20 de los jugadores mejor pagados de la NBA. Siete años después, Scottie no figuraba ni en el top-120 . Algo escandaloso para uno de los mejores jugadores de la historia y pieza indispensable en el equipo más dominante de la liga durante una década.

Pippen podría haber ganado hasta diez veces más dinero si hubiera firmado extensiones más cortas, como hacia Michael Jordan y cualquier otra estrella. Es por esto que se cansó de aporrear la puerta de los directivos de los Bulls y del dueño de la franquicia Jerry Reinsdorf. El propio Reinsdorf aconsejó a Pippen no firmar este contrato, y siempre se negó a cambiar sus términos una vez estampada la firma.

Así pues, Pippen conquistaría los mismos anillos que Jordan, en un rol que se podría considerar como equitativamente significativo para la plantilla de los Bulls, sin recibir a cambio ni la fama, ni el respeto, ni el dinero del número uno.

El fin de un mito

Y así llegamos a 2020. Pandemia global por coronavirus. El mundo se encierra entre cuatro paredes. Ni siquiera el entretenimiento del deporte profesional está disponible. Es el momento perfecto para otro golpe de efecto de un Jordan que parece empeñado en convertirse en criatura mitológica.

Más de veinte años antes, Jordan y los Bulls habían dado acceso exclusivo a un equipo de cámaras para acompañar y documentar el día a día de un equipo de leyenda en la que sería su última temporada juntos, la 1997-98. Ese metraje había permanecido guardado durante más de dos décadas. Jordan esperaba la ocasión perfecta para darle luz al mito. La ocasión había llegado.

Con un mundo en pausa, los televidentes del mundo entero buscan con ansias un escape a la incertidumbre y el tedio de la pandemia. Enter ‘The Last Dance’. Jordan publica la serie documental de diez capítulos que, apoyada en la narración de los entresijos y los secretos de la última temporada de esos Bulls campeones, nos cuenta la historia entera del mito. La formación de la leyenda. Un recorrido completo al origen del éxito de los Bulls con metraje inédito y entrevistas a una amplia mayoría de protagonistas e implicados.

Un deleite para los amantes del basket, y una experiencia muy entretenida para cualquiera. Pero, cuando todo acaba, en la boca de algunos queda un sabor agridulce.. Con resignación, sus antiguos compañeros de equipo deben aceptar que el documental no iba tanto de los Bulls como de Jordan.

Y el que peor se lo toma es, como no, Scottie Pippen. Y es que ya son tres décadas con el mismo cuento. Una vez más, Jordan es el indiscutible número uno. Y todos los demás van detrás. El documental, si bien dedica tiempo a cada pieza clave de la plantilla, está claramente centrado en la vida, obra y milagros de Air Jordan.

Y Pippen explota. Como aquel día en 1994 frente a los Knicks, Pippen can’t take it anymore. 2021 ha sido testigo de uno de los «divorcios» deportivos más trágicos que se recuerdan.

Jordan y Pippen, Pippen y Jordan. El ejemplo principal y primordial de dominación en equipo en la historia del deporte, se desvanece. Pippen firma y publica sus memorias bajo el título de Unguarded en noviembre de 2021.

En ellas, Pippen se ensaña con gusto en críticas hacia el más grande, y le acusa de ser un compañero egoísta que disfrutaba intimidando y abusando física y mentalmente de sus compañeros, en especial de los más débiles. Pippen afirma que el estilo de juego individualista de Jordan ha acabado por destruir el deporte del baloncesto, aludiendo a que, desde su aparición, las nuevas generaciones apuestan por el uno contra uno y por no pasar la pelota en un deporte que debe jugarse siempre con mentalidad de equipo.

Pippen considera que los Bulls ganaron «a pesar de Jordan, y no gracias a él», y que él fue «mucho mejor compañero que Michael», a la vez que crítica a la leyenda por faltar el respeto a sus compañeros una vez más al no darles sus méritos en este documental.

El jugador de Arkansas opina que el éxito de los Bulls radica en su capacidad para jugar como un equipo, y no en el talento de Jordan. Afirma que en ningún momento se sintieron bendecidos por tener a Michael en el equipo, y reconoce haberse calentado viendo en el documental el trato que Jordan dio a sus compañeros tanto como hizo durante aquellas temporadas.

Pippen también tiene tiempo de menospreciar el célebre Flu game, el día en que un enfermo Jordan (supuestamente a cause de la gripe, aunque reconocería en The Last Dance que se trataba de una indigestión – y el rumor ha sido siempre que no era otra cosa que un resacón del quince, aunque esto parece difícil de creer) anotó 45 puntos frente a los Jazz en las finales de 1997. Scottie considera que su Back game, el día en que jugó con una hernia de disco en las finales de 1998, es merecedor de muchas más alabanzas.

Pippen afirma que, en su opinión, LeBron James es el mejor jugador de la historia. Lo argumenta basándose en su capacidad para jugar en equipo y hacer siempre mejores a sus compañeros allí donde va. Aquí Pippen sabe muy bien lo que está haciendo. No cabe duda de que la intención de Jordan cuando decide presentar por fin The Last Dance es la de establecer su posición como el mejor jugador de la historia a ojos de una nueva generación que ha crecido viendo jugar a LeBron y no a él.

Son muchas las voces que se han pronunciado tras estas incendiarias e inesperadas declaraciones. Muchos compañeros de los Bulls se posicionan con Scottie. Afirman que Pippen siempre fue más fácil de llevar. Un jugador con la capacidad para consolar y motivar a sus compañeros con halagos y buen rollo. Todo lo contrario que Jordan, que se dedicó a aportar sus elevados estándares competitivos para sacar lo mejor de sus compañeros.

En palabras de Steve Kerr, miembro de aquellos Bulls y hoy en día entrenador de la nueva dinastía, los Golden State Warriors, en esto también se complementaban a la perfección Jordan y Pippen. Lo que uno aportaba, no lo podía aportar el otro. Y es que el éxito de los Bulls no se debe tanto a uno o a otro, sino a ambos. Pero eso ya lo sabíamos.

Es imposible anticipar qué pasará en el próximo capítulo de este drama. Jordan aún no se ha pronunciado al respecto. Y, en algunas entrevistas, Pippen se ha mostrado sorprendido e incluso ajeno a algunas de las cosas escritas en su propio libro cuando cuestionado acerca de ellas.

Quizá alguien le haya convencido para armar un poco de ruido mediático y sacar tajada. Tras un desastroso divorcio, también muy mediático, Pippen anda escaso de fondos. El tirón del documental parece haberle traído de nuevo a una posición de relevancia, y puede que haya decidido hablar por hablar para recaudar. En este punto, who knows ?

Una reflexión sobre el mito

Jordan y Pippen, Pippen y Jordan. El más alto estándar. La metáfora perfecta. Una lección sobre el trabajo el equipo y las posibilidades que ofrece la confluencia de talentos y genios bajo un mismo proyecto. Orientados hacia un mismo fin. Dominación total es su legado. Al menos hasta hace bien poco.

Un divorcio que no vimos venir, y que seguimos sin querer ver. Porque, en el fondo, no nos importa. No nos importa quién son en realidad estos dos. Nos importa lo que han hecho. Y cómo lo han hecho. Importa cómo nos han inspirado, e importa la densidad del legado que queda para futuras generaciones. Porque sí, ya sabemos que esto no es más que un juego. Un juego entre millonarios. Pero para el sabio poco basta. Para el que sabe mirar, hay valor en todo.

¿Y cómo no valorar lo que estos dos consiguieron en la pista? ¿Cómo no extrapolar su impacto y exprimir su significado más abstracto? ¿Acaso no estamos diseñados para reconocer la excelencia cuando la tenemos delante ? Lo excelente es excelente, no importa el canal. Jordan y Pippen, Pippen y Jordan. Un mito universal, una tragedia moderna. El baile aún no ha acabado.

Texto de Tarek Morales

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