Con voz propia

La mitad del tiempo que te queda

– Le puedes dar la mitad del tiempo que te queda – Dijo la sombra.  

No necesitaba pensarlo. Contestó sí tan fuerte que el grito trascendió el sueño y la despertó su propia voz. 

El reloj en la pantalla del móvil daba las 7. Se conocía lo suficiente para saber que no iba volver a dormirse. 

Casi se dobla el pie al tropezar con el cacharro del agua, que mojó las bolas de pienso de zanahoria descartadas por Golfo del mix de tres sabores que era el único que se dignaba a comer. Con el hambre no era suficiente, si no, de niña no se habría ido a dormir tantas veces sin cenar con tal de evitar la cebolla.

El placer era determinante – el arma de la naturaleza que nos persuadía, por ejemplo, de ingerir la carne y las vísceras de otros organismos, por nombrar solo una práctica tan asquerosa como extendida. 

Se repitió que todos los perros se parecen a sus dueños (la palabra dueño para referirse a alguien de la familia le seguía chocando). 

Dejó correr las lágrimas a la vez que corría el café de la Dolce Gusto hasta su taza. Ambos líquidos terminaron mezclados en su boca.

Ahora mismo debería estar mordiéndole los tobillos y ladrando para reclamar su atención, ella le daría un beso en el hocico y un trozo de pan duro que lanzaría por los aires varias veces antes de tumbarse a roerlo, mientras esperaba el primer paseo del día.

En lugar de eso, recibía cuidados paliativos encerrado en una jaula con solo 12 años y ella, con 20 más, se sentía en la flor de la vida. Vida que, no nos engañemos, vale infinitamente menos la pena cuando se van algunos seres, diga lo que dijera la secta del pensamiento positivo.

Ya había podido comprobarlo. Claro que le daría la mitad del tiempo que le quedaba. Bonita e imposible solución le había arrojado su cerebro dormido.

Rechazó una invitación a desayunar, se puso el jersey beige de los días difíciles, y recogió su media melena rubia en un moño bajo. No quedaban uñas que morder, así que sacó todo lo que había en el armario de la cocina y lo reorganizó mientras esperaba a que abriera la clínica. Cuando sonó el teléfono temió lo peor, pero el alma le volvió al cuerpo mientras escuchaba a la doctora balbucear una disculpa, hablar de una equivocación en los resultados, de pasar a recogerlo.

Hasta le pareció que pesaba más cuando lo levantó para dejar que le lamiera la cara sintiéndose como una de las protagonistas de Sense8, en la temporada 3, donde las Wachowski solucionan lo insolucionable de un plumazo por falta de fondos, y todo acaba de una boda de cuento, y de postre bacanal con responsabilidad afectiva. 

No hicieron nada especial porque todo lo es cuando hemos estado a punto de perderlo. Porque todo lo es, y sería lo suyo ser siempre conscientes.

Pasó un año, como suelen pasar, en un suspiro. Una noche, después del paseo, le limpió las patas y se acomodaron en el sofá. Se les cerraron los ojos enseguida y no volvieron a abrirse. 

A la pregunta de sí le daría la mitad de su tiempo a Golfo habría vuelto a contestar que sí.

Por supuesto. 

Texto de Daniela Schiriak @danielaschiriak

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