Con voz propia

La Hostia

Bueno, pues ya está aquí el taxi. Vamos pa’llá.

Cojo la maleta, bajo las escaleras y me subo al taxi. Buenos días, le digo. Al aeropuerto, le digo.

Llegamos, me bajo, me despido. Ya estoy en la terminal. ¿Dónde está el panel con la información de los huevos, digo, de los vuelos ? Ah, aquí está. Cuánta gente hay aquí, joder.

Todavía queda más de una hora y media para embarcar. Me voy a fumar un piti. O dos. Así me voy sosegando, que estoy de los nervios. Este cabrón se va a cagar. Conmigo no se juega.

Al final fueron cuatro cigarrillos. Y dos cervezas. Y un café. Y un dónut. Llega la hora de embarcar, me dirijo a la cola. Espero mi turno, presento la tarjeta de embarque. Sonrisa de cortesía a la azafata de tierra. Creo que hay buena química, a juzgar por las apariencias. Ojalá se haya fijado en mi nombre, lo haya apuntado y al llegar a casa, me busque en Facebook. Sí, eso estaría muy bien.

Subo al avión. Hace calor. No hemos despegado aún y ya estoy incómodo. Encima, me toca al lado de un gordo. La madre que lo parió. A dónde irá este tío con esas pintas. Debe ser una de sus primeras veces viajando en avión. De lo contrario, ya estaría familiarizado con esta situación – mi imponente sobrepeso perturba seriamente al pobre diablo que ha tenido la pésima fortuna de acabar sentado a mi lado, así que voy a hacer lo más civilizado que puedo hacer llegados a este punto y voy reservar dos billetes, para no molestar a nadie. Eso es lo que éste maldito búfalo de agua debería haber hecho si aún mantuviese un mínimo de decencia. Si tienes el estómago, el valor y la desfachatez de comer por dos o por tres, también deberías aceptar viajar (y pagar) como si fueras, indeed, dos o tres. Maldito cabrón egoísta.

Por suerte es un vuelo corto. Apenas una hora y cuarenta y cinco minutos. El piloto se porta, y llegamos en una hora y cuarenta y tres minutos. Cada minuto cuenta cuando uno se encuentra en una tesitura tan dramática como la mía.

Hora de bajar. Por fin. Decir que tengo el brazo dormido sería un understatement. Creo que, literalmente, nunca volveré a ser capaz de utilizar este brazo. Maldito cabrón egoísta. Encima tiene el valor de desearme un buen día al marchar. Como si eso fuese posible para cualquiera que tuviera que compartir un vuelo contigo, maldito psicópata.

Siempre me ha puesto de muy mala hostia la gente que es egoísta sin ser consciente de que es egoísta.

I mean, si vas a ser un cabrón ególatra, más te vale hacerlo a conciencia. Por la puerta grande, con todas las de la ley. De esa manera tu egoísmo podría ser interpretado como una actitud conquistadora. Pero si eres egoísta y ni siquiera eres consciente de que lo eres, ¿ sabes lo que eso quiere decir ? Quiere decir que formas parte de la peor morralla que ha tenido nunca la oportunidad de rumiar por este planeta.

Creo que era Nietzsche el que decía que los hay buenos que son buenos, los hay malos que son malos, y luego los hay buenos (o parecen buenos, I should say) sólo porque no se atreven a ser malos – por miedo, por cobardía, por vergüenza, por falta de carácter y bemoles, vaya. Estos indeseables que pretenden ser buenos porque no tienen el valor de ser ninguna otra cosa son, defiende Freddy, aún peor, aún más malos, que los malos.

Y esta es una filosofía que he utilizado como vara de medir para saber con qué tipo de persona estoy tratando en cada situación de mi vida. Y éste gordo de mierda, bueno. Si vas a joderme el vuelo, al menos hazlo a conciencia, joder. Deléitate en mi sufrimiento, al menos échate unas risas, cuéntaselo a tus amigos entre cervezas para, a coro y en unísono, expulsar una ingente cantidad de risotadas a mi maldita costa. Pero no pretendas que no ha pasado nada, eso si que no, porque de esa manera me quitas la oportunidad de rebelarme, incluso de indignarme, frente a un abuso.

Ya estoy en la terminal. Apesto. Salgo de la terminal. Piti y luego otro piti. Se ha perdido mucho desde que no se puede fumar en los aviones. Pienso sobre todo en la gente con miedo a volar. Un pitillo aportaría una falsa sensación de seguridad en una situación así.

Pillo un taxi. He estado en esta ciudad un par de veces. No lo suficiente como para poder decir que me muevo por aquí como por mi casa – pero lo suficiente como para evitar que un taxista usurero me clave una ruta extra-large para sacarme unas pelas extra. A mí no me la hace ni Dios.

Llegamos al sitio al que tenemos que llegar. Pago, buenas tardes señor, me bajo. Ya estoy en el centro.

Ese pobre imbécil. No sabe la que se le viene encima. No se imagina, ni en la más salvaje de sus pesadillas, que esté aquí. Estas cosas no pasan en el mundo real. No me puedo creer que el muy imbécil haya sido tan naive como para compartir su dirección real.

Aunque igual, ahora pensando… Igual no es real. A lo mejor no es tan idiota ni ingenuo como yo creo, y me ha dado una dirección ficticia. Sería la hostia haber pedido dos días libres en el curro y haberme gastado una pasta gansa en un billete express para venir hasta aquí … Sólo para, al final, irme de vacío.

Llegados a este punto ya no hay vuelta atrás. Tengo que jugarme el all-in. Y tengo que confiar en que todo va a salir bien.

Tengo hambre. Así no se le puede partir la cara a nadie, pienso. Había un sitio muy guay de comida mexicana por aquí, si no recuerdo mal. He venido tan concentrado en lo que he venido a hacer que se me había olvidado que esta ciudad es la hostia.

Hola, unos tacos pastor por favor. Y una cerveza. ¿Tiene servilletas?

Laura! Coño, pero qué casualidad! Hacía años que no nos veíamos! Sí, desde aquella vez, sí … No, he venido sólo. No, sólo dos días. Ya, pero es que tengo curro a la vuelta. Si, si, ha sido algo muy de última hora. Es que tenía que venir a arreglar unos papeles. Bueno, papeles. A arreglar unas cosas. No no, ya te contaré. ¿Y tú qué?

Qué comida más rica. Bueno, a lo que íbamos. ¿Dónde está ese hijo de puta?

Pillo un taxi. Hola, qué tal. A esta dirección, please. ¿Acepta tarjeta? ¿Cómo que no ?

Llegamos. El barrio residencial está a unos diez minutos del centro. Lejos y cerca a la vez. Por suerte no había tráfico. La urbanización es muy tranquila, apenas se oyen unos pájaros cantando y un cortacésped brumm brumm.

Éste es el número. El 18.

Toco al portero. Toco otra vez. Sí, hola, buenas, traemos un reparto para usted. De Amazon. No, no puede ser, tiene usted que firmar la entrega.

  • Vale, ya salgo. Un minuto.

Pasan unos dos minutos. La espera me está matando. Ya van tres minutos. Qué nervios. Cinco minutos.

Igual se ha asomado, ha visto que no soy un repartidor, y le ha olido a gato encerrado …

Vaya voz de imbécil que tiene. Seguro que también tiene cara de imbécil. Internet está lleno de imbéciles. Pero este, este imbécil en concreto hoy va a aprender una lección.

Al fin. Aquí está.

  • Hola, hola, qué tal. ¿Y mi paquete?
  • Tu paquete … ¿ No sabes quién soy, no ?

No tiene ni idea. Esa cara de confusión. Para eso es para lo que he venido. Ha merecido la pena y aún no hemos empezado.

  • Perdón, pero no, no tengo ni idea …

El tío comienza a girar lentamente su cuerpo, probablemente de manera inconsciente, hacia la puerta de entrada a la comunidad. Su mano derecha nunca ha dejado de agarrar el pomo de la puerta.

Ni idea, ¿eh? No te acuerdas de mi!? No te acuerdas de quién soy, o de lo que me dijiste hace un par de días, verdad !? Hoy vas a aprender.

Soy robertito_14HD, de YouTube. Si, el del video ese sobre la evolución de las fronteras en Europa durante el siglo XX. Si, el tío loco ese, el de los comentarios, joder. Si.

¿Cómo es eso que me habías dicho ?

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