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History Cool Books 50×50: #41 – Yukio Mishima, Confesiones de una máscara

Yukio Mishima (nombre real Kimitake Hiraoka, 1925 – 1970) fue un escritor, poeta, dramaturgo, actor y modelo japonés. Considerado como uno de los intelectuales más destacados del Japón de la posguerra, los trabajos y la influencia de Mishima son parte clave de la literatura del país nipón del pasado siglo.

Nacido en el seno de una familia bien posicionada, la primera influencia en la vida del futuro artista es la de su abuela, encargada de la primera parte de su educación, y quien siembra en el joven Mishima la semilla de la literatura y las artes, incluyendo las diversas formas del teatro tradicional japonés, como Kabuki y . En su adolescencia, Mishima retorna a vivir junto a su familia inmediata, y su padre procede a ocuparse de su educación, imprimiendo unos valores más próximos a la disciplina militar para contrarrestar la influencia más refinada y «femenina» de la abuela del joven.

A pesar de los esfuerzos del padre por erradicar y censurar los impulsos artísticos y creativos de su hijo, no fue capaz de reprimir las ansias de expansión y expresión de una mente privilegiada y curiosa hasta el extremo, pero también atormentada y taciturna desde sus primeros años. Mishima comienza a escribir con doce años, a la vez que devora toda la literatura que cae en sus manos – desde clásicos japoneses hasta el canon occidental, incluyendo a escritores como Nietzsche, Baudelaire o Thomas Mann. Además, se interesa por la poesía tradicional nipona, y experimenta con algunas de sus formas, como haikus y waka (literalmente «poema japonés») antes de especializarse en la prosa.

En 1941 y con 16 años, Mishima escribe un relato corto que sería publicado en una de las revistas literarias más prestigiosas del país. En cuanto los editores leyeron el texto enviado por el entonces adolescente Mishima (en el que el narrador describe la extraña experiencia de que sus ancestros habitan en su interior), sabían que habían encontrado un tesoro. Un diamante en bruto. Fue también en este momento cuando el escritor adopta el pseudónimo con el que pasa a la historia, con la intención de ocultar a su padre su vocación profesional.

Un episodio central en la vida del autor se da cuando en 1944, a finales de la contienda mundial en la que Japón está envuelta, recibe la llamada del ejército para alistarse en sus filas. Sin embargo, Mishima apenas logra superar los exámenes físicos, y, además, el día del examen tiene un resfriado y es diagnosticado por error con tuberculosis, por lo que es enviado de vuelta a casa. El escritor cargaría con la humillación de este evento de por vida, y muchos estudiosos de sus trabajos han coincidido en señalar que puede ser el germen de un complejo de inferioridad que desencadenaría en su futura obsesión por su estado de forma y apariencia física, llegando a dedicarse al culturismo y al modelaje manteniendo una disciplina en sus entrenamientos constante y meticulosa.

Mishima estaba listo para servir a su país en la Segunda Guerra Mundial, y estaba preparado para morir por Japón. Así se lo había comunicado a sus padres. Por suerte para el mundo de la literatura, Mishima evitó alistarse en un escuadrón que sería aniquilado en su práctica totalidad poco después en Filipinas a manos de tropas norteamericanas. Mishima quedaría profundamente afectado por el golpe recibido una vez certificada la capitulación del país del sol naciente, después de que Hiroshima y Nagasaki fueron borradas del mapa en segundos, y juraría defender los ideales y los valores tradicionales de Japón de por vida y hasta las últimas consecuencias.

La primera novela del autor, Tōzoku (Ladrones) vería la luz en 1946. Un año después publicaría Confesiones de una máscara, el libro que nos ocupa hoy. Sería el comienzo de una carrera de casi tres décadas que le ve convertirse en una de las figuras mediáticas y artísticas más destacas, relevantes y populares de la sociedad del Japón de la posguerra, que luchaba por recuperarse del impacto y la humillación de la derrota renunciando a buena parte de su identidad. El autor dedicaría estos años a disfrutar de la libertad que esta posición le brindaba para producir y crear libros, ensayos, obras de teatro e, incluso, actuaciones en la gran pantalla.

Hacia el final de sus días, Mishima experimenta y manifiesta una exaltación de sus sentimientos nacionalistas. Su fascinación por el mundo militar, y por la idea de luchar para devolver a Japón el brillo y la armonía perdida con el sacrificio de sus valores tradicionales, cimentados sobre siglos de aislamiento internacional, y sepultados bajo el peso de una ambición desmedida que acabó por desembocar en una histeria y locura colectiva enfermiza y auto-destructiva. Mishima comienza a pregonar a los cuatro vientos su intención de formar un grupo armado en defensa de los valores tradicionales de la nación, al que denominaría Tatenokai (Sociedad del escudo), sin conseguir nunca recabar el apoyo popular mayoritario que esperaba – al menos, no de inmediato.

En 1970, dos años después de la formación del grupo, Mishima y cuatro miembros del Tatenokai urgen una excusa para reunirse con el comandante Kanetoshi Mashita, establecido en uno de los cuarteles generales del ejército japonés en Tokio. Una vez en su despacho, el grupo de jóvenes reduce al comandante y lo amarra de pies y manos a su silla. Mishima sale entonces al balcón de la oficina, desde donde lanza un discurso plagado de apelaciones a la identidad y el orgullo nacional perdidos. El escritor busca cautivar los oídos de los soldados que ocupan la base, con el fin de conseguir su apoyo para lanzar desde ahí un golpe de estado que devuelva a la nación a su sistema de gobierno tradicional, recuperando la figura del Emperador, perdida tras la ocupación occidental.

Sin embargo, Mishima fracasa en su misión y, con un discurso caótico, sólo consigue irritarles. Tras su manifiesto, el escritor retorna a la oficina, desata al comandante y le explica, pidiéndole disculpas, que no tenía otra opción más que intentar inspirar una revolución que acabe por devolver a Japón su cultura, su orgullo y su identidad. Tras esto, Mishima se suicida siguiendo el rito tradicional del seppuku o hara-kiri – esto es, destripándose con su espada de samurái. A continuación, uno de los miembros restantes del Tatenokai finaliza la secuencia cortándole la cabeza. Mishima había planeado durante mucho tiempo su suicidio, siendo ahora evidente que va en línea con la visión romantizada que el autor mantenía de los rituales tradicionales del país y del código de honor de los samuráis.

Mishima pretendía poner el foco sobre el principal problema de la sociedad japonesa de la posguerra – la pérdida total de principios e identidad a partir de la vergüenza provocada por la combinación entre una aplastante derrota y la conciencia de haber cometido errores imperdonables que han acabado pagando muy caros. Buscaba alertar de los peligros de una comunidad a la deriva y que, poco a poco, pierde su posición de respeto y relevancia en el escenario internacional. Muchos reconocieron de inmediato el objetivo de Mishima con esta maniobra – empezando por el propio comandante Mashita, que no dudó en recalcar que nunca sintió miedo o rabia hacia Mishima o su grupo, puesto que sus acciones respondían en exclusiva a la voluntad de defender y proteger el futuro de la nación.

Confesiones de una máscara, escrita por Mishima con sólo 24 años, es un relato semi-autobiográfico acerca de un joven homosexual que oculta su verdadera identidad a la sociedad escondiéndose bajo una máscara. La obra catapulta al autor al estrellato nacional y internacional, y sigue siendo, hoy en día, una de las obras japonesas más leídas en occidente, además de uno de los libros esenciales dentro de la bibliografía de universo LGTB y la lucha en favor de los derechos de la comunidad homosexual.

La figura de Yukio Mishima, como pueden ver, es demasiado compleja y controvertida como para poder abarcarla en un escueto y modesto artículo de apenas unos cuantos párrafos. Una personalidad construida en su totalidad a base de contradicciones y paradojas, creada a partir de la disparidad y la variedad de influencias y estilos educativos a los que fue expuesto en su infancia, y sólo acrecentada tras el shock que supuso para Japón el desenlace de la segunda gran guerra.

Tan creativo e innovador como tradicional y costumbrista, Mishima era una contradicción con patas que no pudo evitar dejar su sello impreso en la sociedad que tuvo la suerte de albergar su inconmensurable genio. Un recipiente de capacidad casi infinita que se jacta de contener todos los ingredientes, enfrentados entre sí, pero no por ello menos evidentes, que alguna vez conformaron, conforman, y conformarán el carácter de una nación especial, de un pueblo único, con una historia inigualable. Una figura que combinaba como ninguna las más diversas e identificativas facetas de la sociedad nipona, desde su sensibilidad artística hasta su voracidad marcial – desde su originalidad y capacidad creativa, hasta su determinación y tajante disciplina; desde su sabiduría hasta su pasión; desde su belleza y delicadeza hasta su crueldad y voluptuosidad. Una de esas figuras que son, como dicen los americanos, bigger than life. Y es que Mishima es, en este caso, más grande que Japón.

Texto de Tarek Morales para History Cool Books

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