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Christo and Jeanne-Claude, y el problema en el arte contemporáneo

Sábado, 18 de septiembre de 2021. Amanece en París. Imagine que se encuentra usted en estos momentos en la ciudad. Un compromiso profesional le ha dado cita en la ciudad del amor, o quizá haya conseguido escaparse para desconectar de la rutina durante unos días en la urbe más visitada del mundo. Puede incluso que usted sea ahora, por caprichos del destino, residente en París. Epicentro de historias y leyendas. Ciudad de contrastes – pasado, presente, futuro. Usted está aquí, ahora.

Así que decide salir a pasear. La oferta cultural de la ciudad es casi infinita. Desde ubicaciones históricas hasta arquitectura de impresión – desde espacios de leyenda hasta enclaves vanguardistas. Qué elegir, qué visitar.

El Arc de Triomphe fue inaugurado en verano de 1836. Eso quiere decir que lleva ocupando el mismo espacio durante casi dos siglos. Imperturbable, ajeno a los devenires de la nación a la que honra (más allá de desperfectos puntuales, o de cambios ocasionales realizados con el objetivo de preservar su estructura de las inclemencias del paso del tiempo). Un monumento comisionado a principios del s. XVIII como homenaje y reconocimiento a los logros del ejército de Napoleón en la batalla de Austerlitz. Press forward to 1840 – el otrora emperador recibe un último honor, cuando la comitiva que transporta su cuerpo sin vida atraviesa el arco, en dirección a su lugar de descanso eterno en Les Invalides.

¿Y, en otro orden de cosas, quién no ha sido sacudido ante la poderosa imagen de un conmovido Adolf Hitler recorriendo las calles de París, relamiéndose en su propia gloria, disfrutando de la asombrosa visión de su más reciente y valiosa conquista ? Una ciudad tan bella que empuja al gobierno francés a abandonarla apenas unas semanas después del comienzo de la IIGM, declarando París ciudad libre, y entregándosela de facto al incontenible avance de la maquinaria invasora de la Alemania Nazi, con la esperanza de que, de esta manera, la ciudad no sufrirá daños integrales que tiren por tierra el duro trabajo de generaciones de orgullosos parisinos. Así lo sintió también el propio Hitler, que resiste la tentación de remodelar la ciudad ante la innegable certeza de que ni en mil años sería posible reconstruir tal prodigio arquitectónico. Cuán poderosa debe ser la influencia de la belleza de París, que consiguió incluso sosegar la psicosis del führer.

Y en estas se encuentra usted, caminando por París, dirección al Arc de Triomphe, a impregnarse de la historia que el espacio contiene y de las leyendas que evoca. Se encuentra usted de turismo, y es su oportunidad de presenciar en primera persona uno de los símbolos más reconocibles de la ciudad. Y, de repente, el horror.

Christo and Jeanne-Claude, dúo artístico formado por Christo Javacheff (1935 – 2020) y Jeanne-Claude Denat de Guillebon (1935 – 2009), está detrás de esta instalación. En una performance en línea con otras creaciones y actuaciones previas, la pareja es un exponente de lo que se ha venido a denominar como Arte Ambiental (Environmental Art), un cuerpo de prácticas artísticas que busca utilizar el medio natural o cultural, y jugar con su función para convidar un mensaje.

El origen de este proyecto en concreto se puede encontrar en 1995. Es en este año cuando Christo se lía a enrollar el Reichstag, la cancillería que sería sede del gobierno alemán desde 1999, en 100.000 metros cuadrados de tela plateada reciclada. En esta ocasión, el mensaje lanzado era significativamente poderoso. Por aquel entonces, el Reichstag se encontraba vacío, sin uso. Como Berlín, como Alemania, en cierto sentido. Desde la década de los setenta, diversos movimientos trataron de llevar a cabo una remodelación, instalación o actuación con el edificio como protagonista, en un intento de utilizarlo como protesta, usando un símbolo de unidad para poner de manifiesto el rechazo al desmembramiento de la sociedad alemana. En esta ocasión, decimos, Christo, a través de su obra, sirve como canalizador para el sentimiento de opresión y sinsentido predominante en el pueblo germano, especialmente entre la juventud, abriendo paso a una nueva era en el país bávaro, y situando a Berlín como una capital mundial y abierta una vez más.

Soy consciente de que quizá se me escape cuál es la voluntad de repetir la jugada, ahora, veinte años después. Y en París. Algo se me ocurre … pero prefiero desacreditar mis propios pensamientos en este momento.

Cuando cuestionados en el pasado acerca de este fetiche de envolver monumentos en telitas, la pareja ha manifestado un deseo ambivalente, que pretende separar a la estructura de su cometido u sentido original, enfrentando de esta manera al público con su entorno, y, a la vez, preservar el contenido de cara a la eternidad, otorgándole un nuevo valor a ojos del espectador.

¿Por qué París? ¿Por qué el Arc de Triomphe? ¿Y por qué ahora? ¿Qué insinúa el creador con esta obra? O, mejor dicho, ¿Qué busca comunicar a gritos? ¿Qué objetivo persigue? ¿Qué busca remover y promover en el espectador? ¿Qué quiere decir, coño ?

Este es el problema con el arte moderno, contemporáneo, medioambiental, ecológico, o con las putas performances.

Tradicionalmente en el mundo del arte, si bien cimentado sobre los logros de sus elementos más vanguardistas e innovadores y en constante movimiento, existía la necesidad de contextualizar la creación dentro del grupo del que tiene lugar. Esto es, el arte solo tiene sentido, razón de ser, y sólo puede lograr su misión, si es comprendido. El artista lanza un mensaje que debe ser entendido. El contenido de este mensaje debe ser transgresor y original, sí, pero dentro de unos márgenes que faciliten la recepción de la manera más fiel posible a la intención inicial del creador. En palabras de Marcel Duchamp «“el acto o trabajo creativo no es realizado por el artista de manera individual – es el espectador el que enlaza este acto o trabajo con el mundo externo, al descifrar e interpretar sus cualidades, añadiendo de esta manera su contribución al acto o trabajo creativo” .

Desde este paradigma, uno no debería estar aquí preguntándose cuál es la intención del artista con esta actuación. Sólo hay un mensaje fácilmente derivable de esto – y no me gusta nada, al menos a mí. Espero que sea mi mente gruñona la que, dándole vueltas al objetivo que persigue esta instalación, se encuentra con una voluntad de blanquear, de ocultar, de erosionar, de tapar y de menospreciar la tradición cultural francesa, europea, occidental. Pero quién sabe. Quizá busca justo lo contrario, y la intención es adorarla. Manifestar a los cuatro vientos, a través de la reacción del público, la intención de protegerla, de cuidarla. Encontrar un punto de entendimiento mediante el miedo – el miedo a perder lo que tenemos y que no valoramos hasta que es demasiado tarde. Hasta el punto de envolverla en trapejos para preservarla de miradas lascivas. O quizá busca que el parisino medio, y que el turista de turno, valore más lo que tiene. Este es, decimos, el problema con esta mierda.

Uno no debería estar aquí, buscándole explicación a este despropósito. Porque eso es lo que es. Un despropósito. Más allá de la imponente figura plateada que se erige en esa rotonda, más allá de las suntuosas curvas creadas por la mano del hombre moderno desplegando sus modernos materiales sobre el cuerpo de la historia, y regocijándonos orgullosos en nuestra transitoriedad y nuestra falta de referentes. Más allá de la visión de su creador, que bien podría estar atacando y defendiendo, alabando y criticando, protegiendo y destruyendo a partes iguales este símbolo de una ciudad que no es la suya, la capital de una nación que tampoco es la suya.

Los símbolos se construyen para que duren. Representan un legado. Y contienen información para futuras generaciones. Sobre ellos se erigen los cimientos de la sociedad que los alberga, en una especie de relación cíclica y simbiótica. Los símbolos beben de su pueblo y viceversa. ¿Qué da derecho a un artista a jugar con semejante experiencia con tanta frivolidad ? Y, lo peor de todo. ¿Por qué estamos obligados a compartir su visión?

Las redes sociales se incendiaron el mismo día de la instalación de las telas. Mirases por donde mirases, cada post o noticia acerca de la obra estaba colmada por comentarios que expresaban sorpresa, incredulidad, rabia, desprecio, e incluso tristeza (ya sabemos como de melodramáticos podemos llegar a ser a través de una pantalla, right?). Muchos ponían de manifiesto la simpleza de la actuación – ¿Qué tan fácil sería envolver una obra que ha creado otro con un material X y llamarlo ‘arte? En el mejor de los casos es prueba de una mente que no se preocupa por ir más allá. Otros se lo tomaban a modo de risa, mientras que para algunos representa directamente un insulto. Un insulto al buen gusto y al amor por lo estético. Habrá muchos que sepan encontrar la belleza visual de esta performance, pero les reto a enfrentar este atractivo efecto geométrico y lumínico con la sobriedad y la solemnidad del arco original, construido con una función, con un motivo. En cualquier caso, reconocer la impresión visual de la obra no está reñido con el hecho de no valorar positivamente el procedimiento mediante el cual se ha conseguido.

Y por supuesto no podían faltar los que siempre tienen que llevar la contraria, por el simple hecho de llevarla. En el enésimo intento de acaparar un poquito de atención, por parte de aquellos que consiguen espantar a todo Dios de su lado gracias a su carácter sabiondo y relamido. No podían faltar, decimos, los que rápidamente mencionaron que el hecho de que el grueso de la población no comparta y/o comprenda la obra es señal inequívoca de la ignorancia del vulgo, y que sólo los iluminados, entendidos y adiestrados en el mundo del arte, están en posición de entender la visión de Christo, y de relamerse en el placer que se deriva de esta comprensión.

Este, decimos, es el problema con el arte. Moderno. Contemporáneo. Este es el problema con nuestro arte.

Público y creador deben trabajar juntos para dotar a la obra de función y significado. Ese cuento de que es culpa tuya si no pillas el sentido que el autor busca crear es una tontería mayúscula. Esta es una idea terrible, desde su concepción hasta su realización, y es así como el público lo ha apreciado. Hemos alcanzado un punto de posmodernidad en el mundo del arte en que hemos perdido el consenso, y de esas lluvias estos lodos. Nos regocijamos en la falta de consenso en el momento de crear, y luego nos asombramos cuando no somos capaces de ponernos de acuerdo a la hora de interpretar.

En una sociedad estancada en el medio, desde la que todos los caminos parecen iguales independientemente de su contenido, la reacción popular, contraria a esta obra, representa un rayo de esperanza.

Quizá, al final del todo, Christo logre generar debate, crear polémica, y empujarnos a replantearnos el por qué de las cosas, a valorar la herencia recibida, y a luchar por defenderla. Arrebatándonos el Arc de Triomphe, el artista puede, quizá, estar buscando generar ciertas emociones, evocar según qué sentimientos, y rescatar algunas afirmaciones.

Nunca sabremos si fue este, en concreto, su objetivo. Quizá haya sido capaz de alcanzar un noble fin sin siquiera habérselo planteado, en cuyo caso su obra habría «fracasado«, si nos ponemos tontos. Quizá haya conseguido dotar de relevancia a un monumento olvidado debido a su cotidianidad, a lo acostumbrados que estamos a el, hasta el punto de haber dejado de valorarlo. Quizá todo quede en manos del espectador – esto es, en nuestras manos. Quizá, quizá, quizá …

Texto de Tarek Morales

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