PsicoLógica

Cuídese de la envidia, mijo

La envidia. Sentimiento universal, surgido a partir de una emoción básica y esencial para nuestra evolución. Un mecanismo ancestral, como el hambre, la sed o el miedo. Un mecanismo roto, la verdad sea dicha. Y es que en nuestra sociedad, si bien la envidia está más presente que nunca en la historia conocida – hay quien diría que se trata de uno de los pilares sobre los que se sustenta el modelo socioeconómico basado en el consumo y el capital – no es difícil comprobar que es, de facto, incompatible con los desafíos del ciudadano moderno. Vamos a ver por qué.

Cuando decimos que la envidia es un mecanismo milenario que ha tenido una radical importancia en el desarrollo de nuestra psique y en el avance de nuestra especie, no estamos exagerando en lo más mínimo. Pocas emociones son tan viscerales como esa que te empuja a querer tener todo lo que te gusta, en el acto, independientemente de si es algo libre o es algo en poder del prójimo. Este egoísmo es lo que nos ha empujado a conseguir mejores alimentos o a desarrollar nuestro sentido estético. Ese chute de dopamina que recibimos cuando nos sentimos en posesión de ‘algo’ objetivamente mejor que otro ‘algo’ es adictivo, de la manera en que sólo la dopamina nos puede hacer adictos.

Entonces, si este impulso de acaparar y abarcar más que el otro, de querer lo mejor para ti y no para el otro incluso cuando eso significa conflicto directo, es tan poderoso, ¿Qué es eso que evita que nos despedacemos salvajemente, que juguemos sucio por norma, que estemos dispuestos a sacrificar nuestra situación a largo plazo a cambio de un instante de satisfacción ?

Entendiendo la función de las emociones

Las emociones son nuestro sistema más básico y esencial. Son nuestro mecanismo inicial para relacionarnos con el entorno. Las emociones son para nuestra mente lo que los cimientos son para una edificación; son la pieza clave a partir de la cual las demás estructuras pueden ser construidas, desarrolladas, mantenidas, mejoradas. Son la parte que no se ve, pero que dota de estabilidad al conjunto. Son el esqueleto de nuestra mente. Son nuestra absoluta esencia.

Encontraremos a lo largo de nuestro camino diferentes actitudes hacia las emociones. Para algunas corrientes, las emociones son algo primitivo, horrendo, reprobable. Algunos se avergüenzan del carácter de sus emociones, restan méritos a su rol, e intentan por todos los medios negarlas y operar al margen de ellas. Otros abrazan el poder de las emociones hasta el extremo, beatificándolas y elevándolas hasta la categoría de verdad absoluta, única, honesta. Consideran la reacción emocional no sólo como la más pura, sino como la única auténtica, la única a considerar y estudiar.

Como en todo, la mesura será nuestra mejor aliada. Ambos puntos de vista se presentan ante nosotros como fundamentalmente erróneos, si bien es seguro que en diferentes etapas o momentos de nuestra vida nos hemos adscrito a alguna de las dos visiones, consciente o inconscientemente. La mejor manera de seguir hacia adelante será fomentar una relación simbiótica entre nuestras emociones y nuestra mente consciente.

Las emociones son faros, son verdad, son reveladoras. Debemos escucharlas para entender cómo nos sentimos realmente hacia ciertas situaciones. No podemos caer en la trampa del intelecto y desechar arrogantemente las señales que llegan desde dentro. Más bien lo contrario – debemos ser capaces de actuar en consecuencia con nuestras emociones.

Las emociones son también bruscas, abstractas y complejas. Esta complejidad surge del esfuerzo y la necesidad de la mente consciente por verbalizar y contextualizar lo que sentimos y de esta forma darle una utilidad práctica. No podemos caer en la trampa de las emociones y sumergirnos en un océano de caos utilizando nuestro intelecto como herramienta de exploración. Más bien lo contrario – debemos ser capaces de estructurar y priorizar pacientemente lo que sentimos y sus motivos, en aras de poder traer al mundo espacio-temporal elementos que de otra manera continuarían amontonándose de manera incoherente en el limbo de nuestras abstracciones e impulsos.

Nuestra mente consciente debe dictar el rumbo de la nave, y nuestras emociones representan los motores. Es una relación donde resulta imposible distinguir qué parte aporta más importancia objetiva. Así que no caigamos en la trampa de primar una sobre otra.

La envidia – el reflejo de lo que anhelamos

Podríamos pasar horas discutiendo la relación entre conciencia y emociones, pero eso tendrá que ser otro día. Por hoy, volvamos a la envidia.

¿Qué nos empuja a la envidia ? La envidia siempre va dirigida hacia otra persona. Si, desde luego encontraremos individuos que afirman sentir envidia de las aves, de los árboles o de los muertos. Pero eso no son más que licencias poéticas para expresar tristeza, decepción o hastío. La envidia siempre va dirigida hacia lo que otra persona es o tiene.

Si analizamos las vías por las que los individuos – o colectivos – alcanzan ser o tener, nos acabaremos encontrando con tres posibles caminos: por esfuerzo y méritos; por suerte y azar; por jugar sucio.

Cuando decimos que alguien ha conseguido convertirse, o poseer, algo valioso a través de su esfuerzo y méritos, nos referimos a que ha trabajado duro para llegar hasta esta posición envidiable. Alguien que dedica X años poniendo empeño y trabajo para progresar en su carrera profesional es el ejemplo evidente.

Cuando decimos que alguien ha conseguido convertirse, o poseer, algo valioso por suerte o azar, nos referimos a que el individuo o colectivo de turno no ha necesitado de esfuerzo, trabajo y méritos para alcanzar una posición envidiable. Herederos de grandes fortunas o ganadores de lotería vienen a nuestra mente cuando buscamos ejemplos para esta categoría.

Finalmente, cuando decimos que alguien ha conseguido convertirse, o poseer, algo valioso jugando sucio, nos referimos a que el individuo o colectivo concreto no se ha valido de esfuerzo, trabajo ni méritos, ni tampoco de un golpe de suerte o de partir de una posición ventajosa, para alcanzar esa posición envidiable, sino que ha utilizado herramientas y actitudes de dudosa ética para llegar hasta ahí, a menudo a costa de otros y sin respetar las reglas manifiestas del contexto de turno. Miembros del crimen organizado o delincuentes de tres al cuarto nos valdrán como ejemplo.

Lo que la envidia dice de nosotros

Así pues, tenemos tres vías por las que individuos o colectivos pueden alcanzar una posición que provoque nuestra envidia. Veamos ahora lo que nuestra reveladora emoción diría de nosotros si fuésemos a caer en la trampa de sentir envidia hacia beneficiarios de alguna de estas tres opciones.

Si sentimos envidia de quien o quienes han conseguido alcanzar una posición envidiable mediante esfuerzo y méritos, estaríamos declarando nuestra profunda necedad. Nuestra absoluta falta de comprensión acerca del mecanismo más básico y esencial del desarrollo humano, esto es, sembrar para cosechar; sacrificar el presente por el futuro. Sería como plantarnos frente a un árbol y admirar su copa y flamantes hojas sin entender que, bajo tierra, se encuentran unas raíces que doblan en tamaño a la imperial visión que tenemos delante, y que son la causa de su magnificencia. Envidiar los frutos que otros han recogido sin conceder el valor del trabajo que ha habido detrás no sólo confirma nuestra severa ignorancia, sino que es señal inequívoca de que nuestra capacidad de juicio está tan estropeada que no somos capaces de apreciar las partes que componen el todo.

Si sentimos envidia de quien o quienes han conseguido alcanzar una posición envidiable mediante suerte o azar, estaríamos declarando nuestra absoluta inmadurez. Una mentalidad infantil que no es capaz de entender el significado de la suerte; el hecho de que las lecciones y el aprendizaje vienen de la mano del esfuerzo, y no del azar. La suerte es parte del juego, está ahí para todos y puede sonreírnos o darnos la espalda a todos, en cualquier momento. La suerte es, por definición, imprevisible e intangible, ya que cualquier cosa que augure o promueva buenos o malos resultados – esto es, por ejemplo, trabajar de manera diligente vs trabajar de manera negligente – viene mediatizada por causas reconocibles, o al menos identificables. Envidiar a quien ha tenido suerte es un esfuerzo inocuo, es un disparo al aire o un grito bajo el agua. No tiene dirección, sentido, ni fuerza. Y sobre todo no tiene razón de ser ni significado.

Y por último, si sentimos envidia de quien o quienes han conseguido alcanzar una posición envidiable mediante juego sucio, estaríamos declarando nuestra total cobardía. Como Nietzsche y otros antes que él defendieron, el hombre que es bueno porque no se atreve a ser malo, no es bueno en absoluto. Solo aquel que es consciente de su propia capacidad para el mal y el caos – y que ha llegado a esta conclusión de manera empírica, a ser posible – pero que ha decidido conscientemente hacer el bien y no el mal, es bueno en realidad. Envidiar lo que otros han conseguido jugando sucio no solo habla de nuestra falta de ética y valores, sino también de la ausencia de coraje y valor, de respeto y consideración propias. Si los que envidian a los que acreditan sus tesoros resultan necios y resentidos, y los que envidian a los beneficiarios de la fortuna se presentan como infantiles e inútiles, los envidiosos de los que juegan sucio para conseguir lo que quieren se muestran como seres patéticos y miserables, oportunistas y ventajistas.

Conclusiones

Así que como vemos, tu abuela, la mía y Canserbero tenían razón cuando decían aquello de cuídese de la envidia, mijo. Uno podría pensar que el incordio de está dinámica social es mayor para el envidiado que para el envidioso, pues es el primero el que es atacado frontalmente sin aviso ni motivos. Desde luego, en una sociedad superficial donde las apariencias mandan, es fácil caer en la arrogancia y pavonearnos de nuestros logros o atributos de manera engreída, poniendo de esta forma una diana en nuestra espalda. Es importante mantener los pies en el suelo y procurar no despertar envidias que puedan acabar resultando un inconveniente más adelante.

Sin embargo, recordemos que la envidia dice mucho más del envidioso que del envidiado; si alguna vez alguien vuelve a manifestar – ante nosotros o a nuestras espaldas – su descontento con nuestros méritos o fortuna, ten en cuenta que siempre tendrá más que ver con la conciencia del envidioso de sus propias incapacidades que contigo. De la misma manera que la cabra tira al monte y los buitres a la carroña, el envidioso gravita hacia la envidia porque es una forma de situar sus propias limitaciones fuera de su esfera de influencia, evitando así sentir o tomar responsabilidad por su devenir y justificando su falta de iniciativa, creatividad e inteligencia. Y si alguna vez eres tú el que vuelve a sentir envidia por los méritos o la suerte de otros … Bueno, supongo que ya está todo dicho.

Texto de Tarek Morales

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