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Bohemia Librería: El amor de verano que duró para siempre – La historia de Gala y Dalí

“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo” dice Tomas sobre su encuentro con Teresa en La Insoportable Levedad del Ser. El encuentro entre Gala y Dalí también resultó producto de las casualidades y los giros del destino.

Cuando Gala conoció a Dalí, ella estaba casada con el poeta Paul Éluard, vivían en España, y en un verano de mucho calor, fueron invitados a pasar unos días en el sur de Francia – donde compartirían la casa con otros amigos que estaban ya vacacionando allí, entre los que se encontraban varios pintores, como Joan Miró, René Magritte y, por supuesto, Salvador Dalí. Los nombres parecen impactantes ahora, pero tengamos en cuenta que todos estos artistas formaban parte de la bohemia parisina, y en ese tiempo no eran más que gente buscando su camino, pintando cuadros y vendiéndolos por monedas. Algunos fueron conscientes de su talento sólo en parte, nunca llegaron a estar vivos para saber lo famosos que fueron, pero no fue el caso de Dalí, y esto fue, en parte, gracias a la ambición de Gala. Pero continuemos con la historia.

Gala odiaba vivir en España. Consideraba que en ese país no se valoraba el arte lo suficiente y, a decir verdad, le molestaba ser pobre. Es cierto que le gustaba el arte y estar rodeada de artistas, pero la bohemia y la incertidumbre que trae aparejada la vida del artista a Gala le causaba más de un dolor de cabeza. Por eso, el verano que lo cambió todo en su vida surgió gracias a la invitación de Miró, quien se ofreció a cargar con los gastos del viaje y la estadía de Éluard y Gala en su casa del sur de Francia.

Rodeada de gente interesante, y siendo una mujer excelente para dialogar, Gala tenía largas charlas con los demás habitantes de la casa. Su energía generaba una corriente eléctrica y todos los hombres querían electrocutarse. Gala era abierta, divertida, y escuchaba con atención.

Gala y Dalí pasaban horas charlando, pero tenían un tema en particular que los unía: sexo y morbos. Hablaban libremente de prácticas sexuales y de sus fantasías. Gala tenía diez años más que Dalí, y la experiencia sexual de él era bastante limitada. Él mismo se definía en muchas oportunidades como asexuado. Sin embargo, Gala despertó en Dalí un instinto sexual único, animal, voraz, que no volvió a repetirse en toda su vida con nadie más.

No sólo las charlas sexuales y las prácticas llevadas a escondidas del marido de Gala fueron las que enamoraron perdidamente a Dalí, sino también las reflexiones inteligentes que ella tenía sobre su obra pictórica. En una ocasión, y mezclando el tema morbos con su pintura, Gala preguntó al artista si alguna vez había pensado en por qué pintaba gente comiendo caca. ¿Era que él tenía la fantasía de que ella, por ejemplo, le cagara la cara? Dalí contestó que nunca lo había pensado así, pero que era cierto que una vez había visto a su papá cagarse encima, y que creía que de ese hecho derivaba su fascinación por pintar gente comiendo mierda.

Fue en una de estas largas charlas que Gala refiere haber mirado a Dalí a los ojos y haberle dicho: tú y yo no nos vamos a separar nunca. Gala tenía ciertos talentos esotéricos, era buena prediciendo el futuro, y sabía leer el tarot. Era una verdadera bruja, conectada con su poderoso instinto femenino. La primera vez que se besaron, el artista lo describió como “no sabía que se podía besar así”. La potencia sexual de la relación era altísima, impensada en alguien como Dalí, incluso sorprendente para él mismo.

En todo este romance clandestino que estaba viviendo, una cuota de realidad se interpuso, ayudando aún más a Gala. Su hija Cécile estaba en España un poco enferma. Entonces ella le pidió a su marido que regresase a casa para cuidarla, mientras que ella se quedaría vacacionando unos días más… con Dalí.

Cuando el verano termina y había que volver a la realidad, Gala vuelve a España, y Dalí a París, donde tenía que exponer esa misma semana de su regreso. En ese momento, le agarra tal nostalgia por estar separado de su musa que decide cancelar la exposición el mismo día de la inauguración y escapar a buscarla. Todos los cuadros a raíz del escándalo producido por la decisión de Dalí, contrariamente a lo pensado, se venden. Sin embargo, el verdadero problema tuvo que enfrentarlo Dalí con su familia.

El padre de Dalí puso el grito en el cielo cuando se enteró de que su hijo estaba enamorado de Gala. Ella era una mujer casada, y si él decidía continuar con el romance, entonces iba a desheredarlo. Dalí dijo ‘ok, desherédame entonces‘, y partió con Gala de viaje por la costa francesa. Ningún hotel quería alojarlos porque se había corrido el rumor del escándalo que armaba este romance. Terminan hospedándose en la casa de una amiga de ella, pero los agarra el invierno francés, y ella enferma muy, muy mal de los pulmones. El ex marido de Gala se entera de esto, y, aún sabiendo que estaba en compañía de su nuevo amante, hace las gestiones necesarias para que ambos se alojen en un lugar con calefacción. Gala era una mujer inolvidable.

Entre una cosa y otra, Gala y Dalí terminan estableciéndose en Paris (tal como ella quería), y no dejan de pasar un solo verano en el lugar favorito de ambos: la costa francesa. Así van pasando los años y la pareja se afianza. Es ella la que se vuelve su musa y al mismo tiempo, la que lo va guiando en el camino de su arte a través de sesiones de tarot. Gala era la musa de Dalí, su tarotista, y también la administradora de sus ganancias.

A finales de 1934 Gala y Dalí se casan finalmente en París, una vez que ella consigue su divorcio. Sin embargo, se comenta que su ex marido siguió escribiéndole poemas, y que alguna que otra noche que Salvador no estaba, Gala pasaba las horas con él.

Paralelamente a esta historia, Gala conoce a García Lorca, un gran amigo de Dalí que había intentado en varias oportunidades tener relaciones sexuales con él, sin éxito. Gala y García Lorca se hacen tremendamente amigos, y él le confiesa lo sorprendido que estaba del poder sexual que ella generaba en el pintor catalán, algo que él creía casi imposible.

Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial Gala y Dalí huyeron de Francia a Estados Unidos. Allí ella ya había hecho las conexiones necesarias para que Salvador pudiera exponer en grandes galerías de arte. A pesar de que en Estados Unidos la pareja fue muy bien tratada, no se acostumbraron al tipo de vida americano y vuelven a Europa, esta vez de vuelta a España, donde el genio del surrealismo le propone, por segunda vez, matrimonio a su gran musa.

El deseo sexual de Gala era mucho mayor que el de Dalí – él sólo se dejaba tocar por ella, mientras que ella, a veces, tenía sexo con otros hombres. Eso enloquecía de furia a Salvador. Sin embargo, Gala sabía cómo controlarlo, y lo ayudaba a que dedicara catorce horas de su día a pintar para que estuviera tranquilo y productivo.

Cuando ambos se ponen viejos, y aún a pesar de que Dalí era diez años más joven que Gala, es ella la que decide irse de la casa que compartían a vivir a un castillo que Salvador había construido exclusivamente para ella. Lo más gracioso de esto es que Gala estaba tan cansada de la locura del artista, que cada vez que éste quería visitarla, ella le obligaba a enviar una carta pidiéndole autorización para entrar.

Gala muere en 1982, después de cincuenta años junto al artista. Es en ese momento en el que él enloquece del todo, y parte apenas unos años después que su mujer, en 1989. Gala y Dalí fueron el único amor de verano que duró para siempre.

Texto de Gisela Monti, Bohemia Librería. @bohemia.libreria / @gisela.monti

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